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Recuerdos

Septiembre. Calurosa tarde de asfixiante aire.

En el viejo centro comercial, próximo a la playa, se mezclan pequeñas tiendas de recuerdos, toallas y coloridos pareos, con los restaurantes y tabernas de diversas nacionalidades, perfumerías con suaves y frutales fragancias, bohemios tocando sus guitarras…

Recorro sus pasillos con la curiosa mirada de un niño y empiezo a imaginar qué cambiaría como cuando se edifica un castillo en la arena.

Calurosa tarde en la que mis pasos me conducen hasta una pequeña y coqueta heladería, tras cuyos cristales, puedo observar junto a exquisitos pasteles sabores que despiertan mi paladar: la acidez del limón y la naranja, las infinitas variedades del chocolate, el exotismo de la piña…

A mi mente llegan largos veranos, eternas tardes sobre la arena, el sol dorando mi joven piel…

Entonces saco unas monedas y comienza mi particular cuenta: uno, dos, tres… Busco en mi casi agujereado bolsillo un tesoro. Recuerdo la esperada paga semanal. Sin embargo, hoy no podré tomar el ansiado helado, sólo un café en un pequeño vaso de cristal que una amable joven sitúa frente a mí, aunque sean insuficientes mis monedas.

No soy ya un niño, no soy el ser en el que imaginación e ilusión anidaban. Me he convertido, con el paso de los años, en un hombre que vive y malvive de los demás, de la ajena generosidad.

Carmen Quesada

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