Pepa Marrero – Helecho fino

Helecho fino

Aquella brumosa mañana nos llevó al Parque de Las Flores. La Montaña de Arucas había desaparecido entre la calima y la niebla. Sólo las casas que están en la falda eran visibles desde las onduladas baldosas del paseo. Tal vez por eso los ojos se centraron, más aún, en las diminutas formas de la naturaleza y se nos abrió un mundo de siluetas, sombras y colores. Nunca antes se nos había mostrado con tanto detalle y profundidad la vida del parque.

Brotaban conversaciones casi imperceptibles entre las hierbas, despertando los oídos de los poros de la piel. De las cantoneras emergían cánticos a varias voces inundando el espacio en un mantra envolvente. Florecieron en las copas de los árboles unas melodías que, al unirse a los demás acordes, formaron una sinfonía magistral.

Apenas hablamos durante el camino. Fue al subir los escalones de piedra azul, para salir del parque, cuando mi madre se quedó mirando al suelo. Señalando una planta verde, que parecía hecha de plumas y había nacido cerca de un árbol, me dijo que hacía muchos años que no veía un helecho fino.

Me detuve a su lado y dediqué toda mi atención al helecho y a lo que ella me contó. Me dijo que antiguamente, en los convites, se sacaba una sábana blanca, sin estrenar, de las que se guardaban por si se ofrecía un médico y la ponían en la mesa central. Una persona iba colocando hojas de helecho fino, que habían ido a recolectar en la mañana temprano o el día anterior, poco antes de anochecer, sobre la tela. Otra persona, por el revés de la misma, las iba prendiendo con alfileres o imperdibles. Era la forma que tenía la gente pobre de lucir un mantel precioso en sus celebraciones. Los bordados no estaban al alcance de la economía de la gran mayoría.

Volvimos a casa dichosas y embelesadas. Cada una embebida en su silencio. No sé que traía ella en sus pensamientos pero yo, como puedes ver, me traje este relato que descubrí entre la niebla y la calima.

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