Y19747726703
1
Sala de disecciones, las ondas de la palabra cortan como cuchillos. La luna se refleja en la pila bajo el musgo, cae entre las gotas destiladas. ¿Dónde tu voz, Giovanna, el liquen sagrado, el agua más fresca del alpendre? Sabes que el culantrillo absorbe la sal de la garganta donde las ondas crecen y se reproducen.
Existir, no existir, esconderse. La maza oscilante no es la conciencia ni la guillotina. Es una palabra pintada en el cristalino del ojo. Mejor callar y darle al cuchillo el matiz de la mano, cuchillo que sí porque te quiero, porque ojalá estuviera en tu siempre y cavar, cavar hasta la hambruna del que se muere desde dentro y antes se lleva el amor por delante con las uñas, con todo lo que el vacío tiene de ceguera.
—Mejor coger al pibe del amor y romperle los dardos.
—No tiene nombre, amigo, el amor por un instante se queda sin palabras: ya no el pan amasado ni el calor del invierno junto a la leña ardiente. Se acabaron los días bajo la gran certeza. Y si tu aliento respira flor de luna, entonces el recuerdo llega como un ardid de la escritura. Mejor darle la forma de lo inconsciente y que salga todo como un niño malherido o ese diablillo azul que un día fue desterrado de todos los paraísos.
—Imagínate un fósforo en el vano de la puerta de la escritura. Si durante la noche cayera a las baldosas del pasillo…Si ante la ley de la gravedad, de la mano sigilosa, el fósforo cayera y el sueño te impidiera ser testigo del engaño, ella sería culpable. O si te hubiera separado la cabeza del tronco para unírtela de nuevo al alba, y recuperaras la pose de siempre de odio y desenfreno, ella sería culpable. O si, al contrario, fueras tú sonámbulo que se levanta de noche y empuja la puerta de la alcoba para que la evidencia caiga… ¿Entonces qué sería de ella? Un miedo y un silencio detrás, una resignación ante el destino incierto, unas ansias inmensas de abrir la llave del gas para que todo se diluya pronto y se quede con un anhelo de amor en el pensamiento y una sonrisa que dibuje su último estertor.
—¿Y si tú fueras el otro que ronda por la casa a altas horas de la noche? Nada imagines, tu imaginación está enferma, tu imaginación no existe. Plántales cara a los fantasmas que te susurran al oído. Ponles un fósforo en la nariz y que ardan. Quédate en tu saco de huesos y ama aunque sea ese instante en que por fin duermes. Ama la herida que dejaste en el limbo, ama el desgarrón de los afluentes que aún fluyen de tu sangre por si eso fuera amor, aunque eso no sea. Ahora que diluido duermes por encima del tiempo, por encima de la sábana amarilla, por encima de todos los holocaustos y los destierros. Ahora, desnuda de las palabras y de las visiones que traen los discursos, esta palabra, la otra, el «me quiere no me quiere» de las margaritas que buscan el calor… Ahora, justo ahora, y en la hora del reniego, bendigo el desamor que le diste al amor porque lo hiciste fuerte, en ella y en el mí de más atrás. Gracias a ti podré amar siempre y decir que basta ya, porque esa es la única esperanza, el clavo que ya no quema a donde agarrarme.
—Un hachazo demasiado profundo para subir al sol y todos sus triángulos, sus espejitos sangrantes…
(Después el ademán demasiado invisible, la madera cortada sobre la chimenea, y comernos el pan con nudo en la garganta.)
2
Y tú, con esos besos de ternura cuando te preguntaba qué era esa mancha debajo de los párpados. Y tú, que me enseñaste el lenguaje de los pájaros y yo sin saber por qué esa lágrima detrás del trinar tan dulce. Y tú, ¿cuándo comes, cuándo duermes, cuándo respiras? ¿Dónde tu ubicación, tu pieza oscura? ¿Dónde tu pedazo de paraíso tuyo sólo tuyo? ¿Y por qué el cielo se pinta de rojo cuando planchas las camisas del hombre? ¿Por qué tu cuerpo se pinta de rojo dolor cuando la camisa es un hombre que hace arder la plancha? Ay la marca, esa marca debajo de tu sonrisa… ¿Acaso era yo el único trozo de carne no marcado?
Al cabo de los años ya sé por qué me quedé pasmado cuando vi por primera vez las arpilleras de Millares. No la pobreza, sino la inmensa tristeza que me viene de esos años de dolor escondido. Eso seremos cuando pasen las edades: huesos, arpillera…y la comezón que saldrá de entre tanta mortaja. No sé, una gota de sangre, un aire que se queda en el color amarillo. No puedo concretar, pero he ahí una especie de transcendencia, la menos pensada, la rehuida.
Sí, la tristeza siempre trasciende. Se queda dentro de los armarios, en las bolitas de naftalina o en ese polvo de madera que deja la polilla en todos los rincones. La tristeza tiene nombre de mujer, tiene sabiduría de mujer. Lo demás es olvido, como un manotazo que te golpea de noche la nuca cuando velas. Así la tristeza: no poder devolverle ahora siquiera un segundo de la respiración y quedarme como en una atalaya pescando, lanzando una carnada al pasado para que regrese.
3
Reverso de Y19747726703. Stilnox complex para las noches en blanco. Ahí escribo mientras espero el turno. Mejor dicho, no espero, acompaño en la espera. No soy un personaje. Por el Ambulatorio de Urgencias Psiquiátricas caminan las despiertas mariposas bicolores. Rojo y azul. Rojo de crustáceo en las venas, de cangrejos y algas, de líquenes que no suben las escaleras del entrecejo. Azul de asfixia, de realidad paralela, realidades no ya descubiertas en el reverso de una receta oficial con letra y garabato de imprecisión, sino en los espejos de un muro que separan las galaxias mentales, los hilos conductores de la trama ficticia. Mariposas bicolores caminan más que vuelan, o es que todo les vuela alrededor mientras ellas caminan.
Y entonces: «la posibilidad de ejercer los derechos de acceso, rectificación, cancelación y oposición podrá realizarse a través de…» ¿De qué vía? El ejercimiento de la posibilidad no se rectificará para acceder a los derechos de oposición en los mundos paralelos. La derechización de la oposición podrá realizarse a través de la posibilidad de ejercer la rectificación del oponente, que escribe por la parte de atrás de la única vía de extinción del paciente objeto y sujeto. Out: the cancellation of conscious life, la cancelación de la vida consciente, oh dichoso el árbol que es apenas sensitivo. La conciencia de la cancelación del inconsciente. ¡Bingo, tollendo tolens, mano! Yo escribo sobre el papel de mis derechos mi posible pataleo, mi rectificación fuera de contexto. Y espero por las mariposas.
«En beneficio de su salud cumpla el tratamiento siguiendo las instrucciones del médico. Si cree notar algún efecto adverso…» Las instrucciones en el reverso podrían ser nocivas para la salud, no obstante las del anverso seguro son mortales para la comprensión del enfermo. Un efecto diverso: veo hormigas, doctor. Las veo en el papel donde escribo. Y yo en mi empeño de argumentar sobre el vuelo de los escarabajos de mis noches en vela, de reproducir con tinta el zumbido de los coleópteros. Y no sé las instrucciones, no sé a qué género pertenece el dislate que se cuece entre los miembros dactilares de esta araña con que escribo. Desde luego, está esa posibilidad que siempre le viene al esperador que –valga la redundancia— llámase esperanza esperancita de mis anhelos.
Antonio Arroyo Silva