Los Totis (1958)
Los vecinos llevábamos nuestros asientos a la plaza, un taburete, una silla o una caja de coñac o de tomates vacía. Se iban acercando en pequeños grupos, niños y mayores, que venían de todas las calles. Ya se veían a lo lejos dos bombillos desnudos encima del pequeño tabladillo que hacía de escenario. Aquella luz hacía transparentar la nube de polvo que la gente levantaba al pisotear las calles sin asfaltar de aquel humilde barrio. Poco a poco se iban sentando en sus propios asientos haciendo filas y con su pasillo central, cerca del improvisado escenario. El sonido de la guitarra empezaba a ambientar aquel lugar en aquella mágica noche de arte y de alegría. Era un espectáculo que nos iban a ofrecer los feriantes con canciones, chistes, bailes, pequeños trucos de baraja y donde también nos hacían reír con los bailes de un pequeño perro al hacer sonar los dedos el dueño y domador de aquel gracioso animal. Todo un variado espectáculo que los vecinos disfrutaban con este grupo familiar que se hacían llamar “Los Totis”. La gente se mostraba muy receptiva y acudían en gran número a este acontecimiento que ofrecían estos humildes artistas de manera gratuita. Solo vendían unos números con los que rifaban muñecas andadoras, mantas de dos caras o alguna baratija traída del cambullón. Pero lo que más me llamaba la atención era el sonido grave y ronco del tambor con redobles que terminaban en un golpe de aquel pequeño platillo que seseaba de forma breve y festiva. Eran tiempos cercanos a la posguerra. No existía para los vecinos otro momento de diversión aparte de los partidos de fútbol del domingo a las cuatro de nuestro equipo representativo. Estos dos acontecimientos artísticos y deportivos nos sacaban de la monotonía y nos hacían salir de nuestras casas, además nos servían también para vernos y comunicarnos tomando así conciencia colectiva de pueblo en nuestras vidas en blanco y negro.
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