Se hace chispa el metal, antes sonaron
toscos acordes invitando al afilado.
Campos cubiertos por oro de risco y
margaritas.
Vive el niño junto a la sobriedad
de senderos y costas.
Titilan las lajas tras el roce del sol,
el clamor de las hierbas comunes silvestres
resbala lentamente y va a parar contra
aljibes hechos desiertos formando un eco
fantasmal.
Muros de metal (hechos a partir de faros,
parabrisas, chasis oxidados y neumáticos)
son trincheras en una guerra invisible.
—Niño; tráeme un cuchillo y te lo afilo—.
—No tengo cuchillo, tengo la tijera con la
que mi padre cortó el cordón umbilical—.
Rueda y rueda la piedra, vuelta la chispa al
metal, de nuevo la armónica desafinada, el
regreso sobre las huellas, la lectura en las líneas
de la mano vaticinan noches en vela y soledad
a granel.
Hay muertos que jamás he enterrado,
hay vivos-muertos, más muertos que vivos…
…Está el afilador en las calles:
—niño, atraviesa el campo severo y dile que
te afile la tijera del único recuerdo de sus manos,
la tijera del tajo limpio, la tijera por la cual viniste
al mundo, (o ya estabas aquí, eso lo ignoro).
Gracias por compartir este hermoso texto, que seguirá viajando en el tiempo con el sonido del afilador.
Abrazos de bienestar para todxs.
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