Assyut. Intromisiones occidentales
A veces existe la sensación, en este turismo a los países más pobres, de una intromisión casi obscena. Supongo que, si nos roban, si aumentan sus precios para el turismo o si nos dan estatuillas de yeso a cambio de dólares, cualquier fraude queda justificado por tratarse de un castigo a nuestro voyeurismo.
Hay un universo cerrado sobre sí mismo, eso ocurre con los indios, con la gente de los países tropicales, con África o con cualquier grupo aborigen que vive de espaldas –ya casi nunca totalmente de espaldas– a los brillantes abalorios de nuestro mundo occidental. Entonces llegamos nosotros con los bermudas, las gafas de sol, los turbantes de última hora y nuestros ojos postizos, las cámaras. Nos metemos en sus vidas, nos horrorizamos discretamente de lo mal que viven, de cómo contemporizan con las moscas o de lo poco que trabajan. El peaje de este viaje a veces son unas diarreas o, en casos más graves, algún gusano metido bajo nuestras delicadas epidermis o una hepatitis vírica.
Volvemos a casa con la satisfacción de vivir en la mejor franja del mundo y de ser los reyes del universo. Nuestra felicidad es instantánea, refocilándonos en brillantes desperdicios hechos de coloridos vídeo-clips y sonidos áureos que surgen de un compact disc. Sin embargo, nos preguntamos por qué estamos tan solos, por qué tan seguido nos roe ese desasosiego del vacío tan adentro.
Un fragmento del diario de mi viaje a Egipto
17 de agosto de 1992
A veces estamos más lejos de lo que ni siquiera imaginamos estar. Gracias, Rubén, por tu relato.
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A veces necesitamos contrastar in situ para valorar, cierto que vivimos en uno de los mejores países del mundo, aunque ello no signifique que somos los más felices. Deseando leer el relato del resto del viaje, Rubén.
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Me encantó y me gustaría seguir leyéndolo. Un besote enorme mi niño.
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