El viaje de Florinda

Ella blandía en sus ojos el olor de la brusquedad,

trajeaba la vida con cara de bravura pese a su belleza,

pues le era más fácil ponerse mil máscaras,

que afrontar la realidad más latente.

Entender que existen más verdades posibles

que la de uno mismo no era una opción.

La silueta de sus manos dibujaba una desconcertante aridez.

Su boca y sus fauces alejaban cualquier atisbo de intensión.

Siempre es mejor mostrarse dura e implacable,

ya que los muros de la soberbia vislumbran

otra persona plagada de ambigüedades.

Nunca supo de la fragilidad,

ni de ese mundo de sentidos que ofrece la vida…

Creo que ayer la vi, su silueta al final de la calle

huía tras las esquinas de aquellas viejas casas,

de paredes muertas, de olvidos pétreos,

y de alargados miedos.

Ella no piensa en el adiós, ni en la pérdida,

sólo piensa en ella, sólo sabe ir hacia adelante,

sólo sabe comenzar de nuevo desde el principio.

Porque ser fuerte y capaz es más fácil que mostrarse débil.

Pero como todas las cosas pasa que un día,

ya no le quedaban alientos y todo se rompió,

todo se desvaneció, su alma al aire no supo a donde ir,

su viaje era ahora la desolación y el desconcierto,

en medio de los escombros de un mundo,

que ella fabricó con sus propias manos y que creía casi perpetuo…

Lo que nunca supo es que ser fuerte es ser frágil también,

y que mirar atrás no es malo si uno cuando cae

es capaz de reinventarse en cada ocasión,

por este desasosiego intrínseco hoy grita

a la luna cada noche esperando no se sabe que cosas.

Vaga por los años sin saber lo maravilloso

que puede llegar a ser un abrazo y un beso mientras

las olas mojan tus pies y el mar te mira desde cerca

abrigando cada aliento en mitad de tanto deseo.

 

Eduardo García

 “Las Flores para Florinda”.