El pecado (Parte II)

Confieso que su suicidio fue para mí un suceso realmente traumático porque él era el más entrañable de todos mis compañeros de trabajo. Siento mucho no haber podido hacer nada para evitar lo que sucedió cuando todavía era tiempo, aun a sabiendas que no me era posible prever ni hacer nada, que eso era sólo una forma de decir, porque tampoco me sé ni siquiera para mí mismo, por dónde me arrastraría el curso del tiempo y de los hechos , que soy apenas una molécula tan exigua, tan frágil, tan precaria, que flota junto a millares de moléculas por un universo muy inmenso y ajeno; no tengo ninguna idea de lo que me oculta el día de mañana, tampoco sé si seguiré admitiendo o me desharé definitivamente del juego absurdo del trabajo inmundo, de todas las formas de compromiso y obligación por cumplir, del ejercicio perpetuo de lo Mismo, de los pequeños planes y proyectos por hacer, de la impresión que tengo de mí mismo, de mi innata falta de interés por hablar o escuchar, de mi pereza y mi impotencia incurables, de la imposibilidad de reinventar a la muchacha tan querida, y de revivir el amor de otros tiempos, tan prometedor de esperanza y confianza en la vida, de la borrosa sensación de asco y abdicación que tengo todas las mañanas al despertarme al lado de una mujer precozmente envejecida, que en un momento impreciso había perdido sus rasgos y vestigios de muchacha; desde hace bastante tiempo me veo inexplicablemente resignado ante la tarea absurda de tener que compartir el mismo techo con otra mujer totalmente distinta ( yo no sé por qué apenas se casa, la mujer se vuelve otra , pierde para siempre su alma y gracia de muchacha, y su cuerpo se va desfigurando paulatina e insensiblemente ; ¿ será esa metamorfosis una especie de maldición ? yo no sé nada , absolutamente nada , tampoco me convencen las explicaciones de índole científica sobre el tema ; no obstante , creo que es imposible concebir un mundo real o imaginario sin mujeres , porque un mundo carente de la magia femenina sería un mundo horrible , árido y muy feo , sería un infierno o algo parecido ) de la jovencita que me sedujo una tarde de verano hace muchos años atrás, en la esquina de una callejuela de la parte antigua de la ciudad, con la inolvidable expresión infantil de su cara , y la magia de sus ademanes , de su forma de moverse y andar ( yo tengo la certeza de que magia es una palabra que no se puede explicar , y como sensación o hecho es imposible de describir con minuciosidad) ; así que muy a menudo , tras salir de trabajar por la tarde , tomo algo en algún café de la Plaza , luego suelto las riendas a mis pies , y a mi obstinado y oscuro deseo de errar por los barrios y calles de la ciudad antigua ; después se inicia otra forma de erranza cuando entro en algún bar de la parte moderna de la ciudad, donde me paso un tiempo incalculable, ( me parece una idiotez que uno se ponga a calcular el tiempo, por la simple razón de que es una entidad que funciona de modo autónomo, imprevisible y ajeno a nuestra voluntad ) solo , bebiendo, fumando y recorriendo tiempos y espacios lejanos o cercanos, y pisando sigilosamente por senderos infinitos de mi memoria y de mi pasado , y examinando partes y sucesos inconexos de mi vida anterior , obsesiva y fuertemente atraído por la idea de lo posible , en el sentido de las posibilidades del existir y del ser , pensando que probablemente yo hubiese podido ser otro hombre, si me hubiese tocado vivir otras circunstancias , otras vivencias , otros condicionamientos, si mi vida se hubiese entrecruzado con otras vidas…
Con frecuencia vuelvo a casa a horas muy altas de la noche, y como de costumbre, encuentro a mi mujer entre sueños o fingiendo dormir, tendida boca arriba en la cama, corpulenta , junto a su ronquido varonil ( me dan asco , sin saber por qué , las mujeres con una fisionomía y ademanes varoniles, y desprovistas de feminidad, debido quizá a accidentes de índole biológica; y por otra parte , odio a los machos cuyas venas contienen muy fuertes dosis de astucias y trucos mujeriegos), con las piernas y brazos gruesos torpemente cubiertos por las sábanas . ¿Quién será ese miope que dijo que la mujer es uno de los ingredientes esenciales del bienestar y de la felicidad?, pero después de todo, y a pesar de todo, la mujer es un mal inevitable; me dije pensando en la serie de desengaños que uno se percata por fin de haber llevado en su vida: la farsa del trabajo , las amistades inauténticas, la utopía del gran amor y de la mujer perfecta, y la promesa de armonía y esperanza .
Pienso en J.B. El optó por poner fin a su vida , y yo no estoy seguro de poder estar a salvo ante una opción y un destino similares; él está debajo de la tierra y yo sigo con los pies en el suelo , sin sentido ni salida; desde hace bastante tiempo tengo la sensación de haberme convertido en un fantasma; estoy agonizando en medio de un mundo agonizante, rodeado de almas y amores muertos, junto a millones de fantasmas fingiendo comodidad y bienestar, y trotando inútilmente día y noche por calles y avenidas de la ciudad. El tendrá ahora la cara y el cuerpo cubiertos por la tierra, y esa imagen me hace pensar con compasión y alivio en el destino irrevocable de las muchedumbres riéndose a carcajadas en innumerables sitios y horas del planeta, oscuramente impulsadas por el espejismo de la eternidad, y descartando por completo la posibilidad de su repentina disipación. «Uno carcajea, se entrega de lleno a placeres de todo tipo, con los pies puestos en la orilla del otro mundo, con la cara sumida en la tierra. Estamos sobre la Tierra , no hay salida ni horizontes , ni sitio para pretextos e ilusiones ” , pensé, tirado ahora en el sofá , insomne y desganado , meditando por la gran ventana abierta de la sala de estar, el silencio turbio que cubre diametralmente la noche y la ciudad declinantes.
Pienso en J.B. Su desaparición repentina e imprevista me hace daño. Es otra pérdida que se agrega a la serie de pérdidas que me han tocado incomprensiblemente padecer, de gente maravillosa, sigilosamente robada por la muerte. Una semana antes de su muerte estuvimos juntos en La Madrague, un bar situado a unos cuantos kilómetros de la ciudad, no me acuerdo exactamente cuánto tiempo pasamos allí; confieso que las coordenadas espacio- temporales no representan nada para mí porque siempre he creído que lo que más importa es lo que uno siente, que en todos los rincones del planeta suceden y seguirán sucediendo cosas, buenas u horribles , independientemente de los relojes y de los sitios; porque los relojes y los sitios no tienen nada que ver con lo que le sucede a uno, ni con lo que siente. Las cosas suceden simplemente. Pero recuerdo que aquella noche en La Madrague fue la última vez que J.B y yo nos vimos. Me es imposible ahora referir con exactitud aquel último encuentro, ni reconstruir minuciosamente aquel instante . Aún recuerdo el inconfundible olor suave de principios de invierno, la llovizna y el airecillo que se encrespaban alegremente fuera del bar, envueltos por la noche, atrayéndome inexplicablemente el recuerdo de otros inviernos muy lejanos, de la más vieja y entrañable estación del año, y una gama tambaleante y huidiza de sensaciones dulces y melancólicas. La Madrague era el bar preferido de J.B, porque era un sitio muy apacible, y poco concurrido. Recuerdo también que mientras bebíamos y fumábamos, nos comunicábamos más callados , mirándonos y diciéndonos, en lapsos indefinidos, ovalmente atravesados por el melodioso canto vetusto de los años sesenta y setenta del siglo pasado, obstinándose en hacer cada vez más intensa la sensación de la armonía y del sentido perdidos . Recuerdo la expresión de su cara cubierta por una mueca familiar de disgusto, y el tono de su voz teñido de desolación y remordimiento; me hablaba en voz muy baja, como si estuviera monologando, usando frases fragmentadas y palabras sueltas, a veces sin conectores ni hilo conductor, como si estuviera desatinando; ésa era su forma personal de comunicarse , una forma que no tenía nada que ver con el posible efecto del alcohol, ni con el grado de la borrachera; era más bien un mal que padecía desde su infancia , porque de niño tenía dificultades para hablar, así que como profesional le costaba mucho tomar la palabra en las frecuentes reuniones que solíamos tener con el gerente de la agencia donde trabajábamos, o con el dueño y sus socios, o sea que hablaba muy mal en público y peor en privado; y sólo se sentía a gusto y más relajado cuando estaba con gente que consideraba íntima y muy cercana en el alma. Hube de intentar retomar lo que me dijo aquella noche en el bar, haciendo frases y estableciendo, en la medida de lo posible, el hilo de sus reflexiones.
‘‘Yo sé que me toman por desgraciado -me dijo aquella noche encendiendo un cigarrillo y clavando los ojos en mí – porque veo la vida y las cosas de forma distinta. Dime, ¿es incorrecto que uno se haga su propio camino y se invente su singularidad? ¿Es un pecado apartarse del rebaño de los vividores, de los nuevos esclavos que hacen del dinero y de las cosas su deidad? Me parece imprescindible que al empezar a avanzar por el declive de los cuarenta años, las personas de buena voluntad se detengan y se pongan a meditar sobre su vida anterior, que hagan una especie de balance; me infunde piedad quien a esa edad se da por satisfecho con la vida mundana y sus placeres, es absurdo que uno se afane demasiado por la saciedad y colmo de lo pasajero y finito; el placer y el instante no tienen continuidad; el placer como sensación languidece y se agota, y el instante es tiempo que se desgasta y acaba; el esplendor y paroxismo del placer y del instante se resuelven en decaimiento y remordimiento; por su parte, la vida a un tiempo alimenta la ilusión y engendra la desilusión; y el que no logra inventarse alguna forma de fe o pasión espiritual yerra por las tinieblas de la insignificancia y se pierde en el laberinto de la Nada; pues es muy difícil llevar una vida sin referencia ni rumbo; si de niño uno acierta a trascender su soledad inventándose nuevos mundos imaginarios mediante prácticas lúdicas, el hombre maduro de buena voluntad ha de reinventarse buceando la vía de lo trascendental, y rehabilitando la experiencia de lo sagrado … ¿ Te das cuenta ? – prosiguió tras un breve lapso de silencio, bebiendo de un trago una copita de whisky – Desde hace mucho tiempo atrás, he estado sabiendo que todo lo que nos venían enseñando resulta ser una gran mentira; nos enseñaron a enmascararnos y a mentir para no ver la realidad de las cosas tal como es; somos cada vez más unas máscaras ; nos enseñaron a peca ; vemos y cometemos a diario, en un flagrante complot, atrocidades e innumerables formas de transgresión del orden divino; somos pecadores por naturaleza e impenitentes por costumbre; nadie es confiable, incluido yo mismo; ninguna mujer es digna de confianza; estoy más cerca de quien dijo que ni siquiera los santos se resisten a la tentación; el mal es inherente a la aparición de los hombres sobre la tierra; necesito liberarme de mí mismo, de mi pasado, y de mi memoria; creo que es muy difícil seguir viviendo ,seguir creyendo en el deseo de vivir tras haber perdido los verdaderos motivos para hacerlo; el mundo resulta ser una horrenda pesadilla; con frecuencia me despierto en medio de la noche vociferando nombres de gente muy querida, desaparecida hace muchos años; oigo el eco estrepitoso de voces y gemidos infantiles provenientes de tiempos y sitios insólitos; envidio a mis dos hermanos llevados por la muerte desde una edad muy temprana; les envidio porque desaparecieron antes de ver confiscadas su alma e inocencia divinas, y antes de iniciar el forzoso aprendizaje de todas las formas de mentira e inautenticidad …”. Recuerdo que aquella noche nos despedimos cerca del centro de la ciudad. Seguía lloviznando. Las calles estaban desiertas. Encendí un cigarrillo, y estuve caminando hasta la plaza. Me sentía un poco cansado . Me entraban ganas de dormir. Pensé en J.B, en nuestra auténtica y gran amistad. No había la menor seña, ni tuve la menor duda de que aquella noche al final de la calle Alcántara , era la última vez que lo despedía y lo veía de pie o caminando, confiadamente , con el rostro más risueño que nunca. Anteayer estuve en el café Iceberg con Hamid, un gran amigo mío; estuvimos hablando por un rato de la muerte brusca de J.B , plenamente invadidos por el absorbente bullicio alegre de la muchedumbre que iba y venía charlando y carcajeando por la avenida principal de la ciudad, al borde del alucinante atardecer primaveral . En aquel instante me dije, absorto y sumergido en una oscura lucidez , que por más horrible y congojosa que fuese, la muerte ajena nunca podría inmovilizar o parar el curso de los días y de las cosas, que la vida, como siempre, sigue igual.
Jamil Abdellatif
Marrakech _ Junio 2011