La nota del pianista 

(a quienes nos hacen vibrar con la música de su piano, al acariciarlo…)

Una mano pasea delicadamente por las teclas de un piano. Ese paseo es una caricia por sus teclas y de ellas crea una melodía deliciosa. La melodía alcanza una nota sublime y conmovedora. Esa nota transporta a quienes la escuchan a un mundo de ensueño en el que se encuentran con sus más bellos recuerdos. En ellos todo es posible. Donde la realidad y fantasía se confunden, donde éstas parecen cobrar vida propia para llenar el vacío de esas vidas sin alma, vacías, frágiles, huérfanas, sin destino y sin rumbo.

De entre todas esas almas, hay una que perdió la ilusión de vivir hace tiempo. Su corazón ahora está lleno de heridas abiertas imposibles de cicatrizar. La nota, poco a poco, va abriéndose camino entrando por el oído externo, pasando por su rampa vestibular para continuar el camino hasta su tímpano y caer en forma de cascada por la senda del caracol, resonando con más fuerza a su paso por el nervio acústico, buscando la salida hacia la faringe y siguiendo la estela amarga que emana del corazón, ése es el camino hacia el alma.

Cuando la nota llega a su destino, acaricia suavemente las heridas abiertas, las penetra y cicatriza. La carne se renueva, la sangre comienza a bombear y de ella nace una nueva nota que se despide de la primera y que quedará ya para siempre custodiando aquel lugar. La nota toma el camino de regreso hacia el exterior, siguiendo la estela de una ilusión renovada que emana del alma, acariciada para siempre por la nota del pianista.

Texto: Irene Mata

Foto: El pianista Jesús Acebedo Piano retratado por Miriam Morales Polar Photographe