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Muerde la piel de arena y ruge. No sabes cuánto añoro la maresía: entrar en ella con el león que muerde y sopla. Encontrar y dejarlo ahí, ese pecio, ese dulzor, esa incitación al desenfreno. Todo ha de entrar por la garganta del deseo apenas sin saberlo: qué hacemos aquí: arena, playa, yodo del agua, líquidos nuestros imitando mareas. Cómo empezó todo. Tú con tus cruces supurando, yo temeroso de las miradas del pensamiento. Fue el hambre y la sed, fue la canción, imaginarla sin notas.
Allá en la lejanía los surferos siembran olas. El verano es una concha madre, un bucio de la memoria que incita otras memorias. Y piensa, amiga mía de incipientes cabalgadas; piensa para echar todo al agua como si echaras la red. Olas de leche vendrán a saciarnos y mordernos la piel de arena que cubre los ojos de los angelotes.
Dime por qué ahora existe un tiburón blanco subiendo por la tráquea a definirnos con la lengua. Ese léxico que no articulamos cuando la panza de burro se asoma y todo termina.
Maldigo al ballestero: los pájaros llueven ahora y nosotros; como el mar, somos grises.
Cuántas maneras (inédito)