Teresa Ojeda – Quería vivir

Quería vivir

Intuía que iba a morir allí, en aquel macabro vehículo todo terreno tristemente llamado tanque de guerra. Más que intuirlo, lo sabía a ciencia cierta. Veía la muerte sobre su pecho. Lo abrazaba con fuerza. Le robaba el aliento, aquel que él intentaba meter en sus ardientes pulmones. Se sentía engañado, estafado, ninguneado. Decepcionado con el destino, el mismo que de niño le había sido tan generoso. ¿Por qué se le había vuelto en contra? ¿Qué hacía él en medio de esa absurda guerra, involucrado hasta perder la vida por intereses de otros? ¿Quiénes eran esos otros para obligarlo a combatir, para exigirle que diera la vida a cambio de hacerles más ricos, más poderosos? Los odiaba. No, no era cierto. No odiaba. Solo sentía pena por el mundo en manos de tanto loco insaciable de poder. Echó un vistazo a su alrededor. Sus camaradas, sus amigos en el último año de esta guerra maldita, lo miraban si ver. Todos habían muerto en el acto, en el mismo segundo en el que el obús lanzado por el enemigo, un enemigo al que no conocía y que solo estaba siguiendo órdenes de los jefes, únicos responsables de la maldita guerra, habían decidido su muerte.

¿Por qué respiraba todavía? Estaba reventado por dentro. Lo sabía. Solo que, como una broma macabra, había quedado debajo de su mejor amigo, y eso le había salvado de la muerte instantánea. Qué suerte habían tenido sus compañeros. Ni se habían enterado. Y, él allí, con la muerte abrazada a su pecho, sin prisa, pero sin pausa. Cuánto lo sentía por ellas, su madre, su esposa, su hija… pronto les llegaría la notificación de su muerte. De su absurda e innecesaria muerte como la de tantos otros jóvenes llenos de vida e ilusiones. Y los mandamases darían medallas a todas esas mujeres y envolverían miles de féretros en banderas diferentes. Cada una de ellas separando a la gente que solo quiere vivir en paz. Colocándolas a un lado y a otro de las fronteras creadas por la ambición.

¿Cuánto tardaría en morir? Por lo pronto estaba allí, dentro del ataúd en el que se había convertido su tanque, dando vueltas en circulo, como los otros tanques que él y sus compañeros habían destruido y que, habiendo muerto todos sus ocupantes, permanecían dando vueltas en círculos hasta que el combustible se agotara. Vueltas y vueltas… vueltas y vueltas. Quería vivir, pero ellos, los que nunca morían en las guerras habían escrito su destino.

Teresa Ojeda

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