Loli Pérez – Yo soy una bantú


Yo soy una bantú

-Yo soy una bantú -dijo cansadamente, deslizando sus manos por las satinadas hojas. Dos gruesas lágrimas corrieron mejilla abajo sobre su piel negra para quedar suspendidas al borde de la barbilla.

En sus manos sostenía, abierto de par en par, el libro que había tomado a hurtadillas de la biblioteca de la casa.

Un momento antes, a la hora de tomar su taza de té, en vez de quedarse a la cocina, como habitualmente hacía, se había ido a su cuarto para que no la vieran y así poder recrearse en las conocidas imágenes. Había quedado extasiada la primera vez que las vio. En aquellas páginas estaban, a gran tamaño, las flores abiertas, colgantes, inmensas, húmedas… que tan bien conocía. Se le iluminaron los ojos y, al poco, atisbaron los diminutos espacios entre el follaje, y adivinaron las veredas de tierra rojiza… Sintió las ramas rozando su cara, allí, en su Guinea natal.

Con los sentidos alterados percibió el aroma de la tierra húmeda. Tocaron sus manos los hibiscos, lantanas, colas de gato o «mocos de pavo»…que crecían sin señor en los alrededores de la villa. El cuidado jardín se mezclaba con la linde selvática que emergía por la ribera.

De pronto, oyó barritar a Wele, y levantó una mano para acariciarlo. El animal joven con quien compartiera sus juegos, se dejaba feliz. Una inmensa sonrisa ensanchó su rostro…

-Siempre supe que volvería- dijo.

Fue entonces cuando su cuerpo cayó, pesadamente, hacia un lado sobre la cama. En la mesita de noche quedó, a medio morder, una manzana. El libro se deslizó suavemente de entre sus manos hacia la alfombra multicolor, donde sus pies descalzos tocaban un pedazo de suelo africano. El delantal, impoluto, se arrugaba por la cintura y la cofia almidonada sobre su pelo gris asemejó un barquito de papel naufragando. Así la encontró Matías, el mayordomo, al caer la tarde. Una sonrisa plácida daba fe de su vuelta.

Lola May- Loli Pérez

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