Tembló el mundo,
y sentí el estruendo
de esas bocas insurgentes,
y de esas voces muertas.
Hay un rastro indisoluble
en las miradas subversivas.
Sólo quedan aquellos cuerpos
al final de los espejos,
las carreteras sin dirección
y los trenes sin lugares a donde ir.
Hay algo ensordecedor
en la música de este destierro,
el holocausto
de las palabras sin límites
y de las miradas perdidas
en la luz colmada de ciertos silencios.
Eduardo García Benítez