Las hadas repartidoras
Érase una vez en un lugar remoto llamado Tel Avid, cuando el otoño de 1949 iba ya avanzado, la señora Zila se puso a parir un niño. Había tenido la premonición de que debía llamarlo Benjamín y sería muy famoso. Así que, al igual que hiciera la reina madre de la Bella Durmiente, invitó al bautizo a las hadas para que lo colmaran de dones. Cuando les llegó la invitación, las magas se armaron un poco de lío porque no especificaba quienes eran las invitadas, si las hadas buenas o las malas; ante la duda, se presentaron todas a la celebración. El reparto de dones estaba previsto para después del banquete, pero por unas cosas o por otras, todo se fue retrasando y cuando por fin llegó el momento, el hada de la bondad miró el reloj, y apuradísima se tuvo que marchar porque tenía otro compromiso. Al hada de la compasión le dio tal ataque de tos que le fue imposible proferir palabra; por un extraño capricho del destino, el hada de la sabiduría, de la empatía, de la prudencia, en fin todas las hadas buenas sufrieron algún percance y abandonaron el bautizo. Solo se quedaron las hadas malas.