Mi gran aventura
Aquel día se me antojaba distinto, deseaba vivirlo plenamente, en la íntima soledad de mi desaforado espíritu.
Metí en mi mochila algo de fruta, agua, la gorra para protegerse del sol y el libro La vida en el Misisipi. Suficiente para pasar el día de caminata y disfrutando de la lectura.Solo me faltaba mi desayuno favorito. Me acerqué a la churrería y pedí chocolate con churros. Poco después, mis pasos me guiaban a un inesperado destino.
Tomé el sendero del agua, caminé varias horas y encontré la cascada blanquiazul. Era el sitio ideal para descansar y reanudar la lectura. De pronto, escuché gritos y disparos. Entre los árboles pude ver la carrera de antorchas, sus lenguas de fuego dispuestas a la caza. Me incorporé y la razón me dijo que huyera, venían a por mi.
Pronto me asaltó la noche y seguí corriendo, dejando que piedras y ramajes secos sangraran las plantas de mis pies. Atrincherado entre árboles y arbustos, contuve la respiración mientras los gritos de los esclavos me golpeaban los oídos. Mucho tiempo después, las luces se alejaron, regresó la quietud y comencé a recobrar el aliento. Caminé toda la noche buscando el río. El amanecer me reveló quién era. Miré mi cuerpo negro, el motivo de la batida. El escozor de mi espalda,en carne viva, era insoportable, pero estaba allí, cerca de conseguirlo. El río apareció ante mis ojos. En la orilla, un chico preparaba la balsa para escapar de las palizas de su padre. Comprendí que éramos almas gemelas; yo también escapaba de los latigazos del hombre blanco.