Elvira la de Las Garzas (fragmento)
El acre olor de las plataneras, la fetidez del estiércol de los animales y los suaves aromas de los árboles y plantas que convivían en la finca se mezclaban desprendiendo una especie de incienso ácido y dulce, tan penetrante que enrarecía el aire hasta que los ojos escocieran. De todos modos, no era nada extraño, simplemente se trataba del característico olor a granja, a campo, a vida rural, a lo que Marisa estaba acostumbrada… …Pero, esa noche, no podía soportarlo.
…Cansada, Marisa dejó el diario a un lado…
…Como Alicia en el país de las maravillas, Marisa notó que empequeñecía, y volvía a ser la niña María Luisa que fue.
…Casi sin darse cuenta, se encontró bajando las escaleras que la conducían hasta el porche.
…Cruzó el atiborrado patio trasero y se adentró en la plantación de plataneras.
La noche estaba llena de ruidos: el croar de las ranas del estanque, los grillos estridentes que cantaban sin parar, la lechuza que buscaba algún ratón, cuyo ruidito ella escuchaba a sus pies…
…Con cuidado levantó la pierna e intentó pasarla al otro lado del primero de los camellones. Suspiró, y continuó adentrándose, percatándose del sosiego que le brindaba el bosque de plataneras. La finca de Las Garzas se había levantado en dos enormes terrazas, y la niña María Luisa utilizaba como camino la intrincada red de canales para el riego, recorriéndola por puro placer.
…Marisa, llegó despacio hasta el Muro Caído. Era un lugar mágico. Desde allí se podían contemplar los barcos que, allá en el horizonte, parecía que volaban. Levantó los ojos hacía el cielo y la luna redonda le devolvió la mirada. Esa misma luna alumbra a Elvira, se dijo, dónde quera que esté.
De la novela ‘Elvira la de Las Garzas’