FOTO-RELATO El-la

El-la

Si te fijas bien y apartas esas hojas del árbol que entorpece el cristal de la ventana del patio, podrás divisar a esas dos personas. ¿Las ves? ¿Adviertes que se encuentran sentadas en el banco de madera en la plaza frente a la iglesia del pueblo? No es la primera vez que los veo por esta zona. Es cierto que no se dan estas visitas durante todas las semanas, pero cuando se dan, siempre es de noche, siempre está oscuro y siempre ocupan el mismo banco. ¿No te llama la atención lo distante que se sientan? Parecen desconocidos aunque la postura de ella ofrece mayor acercamiento. Como puedes ver, sus rodillas se encuentran entornadas hacia él, sus brazos abiertos parecen ofrecer cierta apertura a la comunicación y su cara se mantiene inclinada, aunque cabizbaja, hacia él. Sin embargo, él se mantiene rígido, impertérrito, distante. ¿Percibes cómo todo su cuerpo se encuentra alongado hasta el cielo? ¿Notas cómo no hay ningún miembro de su cuerpo ladeado hacia ella? ¿Distingues su mirada indiferente, perdida en el vacío, en algún lugar lejano? Nadie parece tomar la palabra, el silencio corta la noche, la noche que ya se encuentra cortada con solo verlos.

¿No te sientes incomoda con tan solo mirarlos? Anda, hazme el favor niña y tira esa pelota amarilla de tenis con la que tanto juegas con el perro, a ver si rompemos con la rotura del silencio.

Muy bien, debería haberla cogido, parece que ella no es muy avispada en cuanto a reflejos, casi se le dibuja la pelota en la frente. Él se ríe por su falta de habilidad deportiva. Es impresionante como la sonrisa transforma la cara del antes rígido hombre. Tiene una faz preciosa cuando la sonrisa acude a su auxilio, parece casi un niño desprovisto de toda responsabilidad, una risa sana, inocente, espontánea, dulce. Ella, sin embargo, parece temblar por su falta de coordinación y se siente ridícula, se ríe pero por deseabilidad, conecta con recuerdos antiguos, ocultos, unidos a su infancia. Lejos de manifestar una palabra, él la mira y se le acaba la risa; ella lo mira y se amplifica el temblor y el dolor de estómago.

El banco de la plaza del pueblo, que ya tiene muchos años e infinidad de culos sentados sobre su espalda, no puede aguantar esas almas pesadas, plomizas, desprovistas de sinceridad. El banco desea tanto darles un empujón que provoque la comunicación, como la mujer y la niña de la casa de en frente, que observa con expectación lo que en aquella escena se produce. El banco rompe el silencio y se desploma o se desbanca, atendiendo al término y ambos caen al suelo, propinándole a este un buen susto. El suelo siempre acostumbrado a sentir pies en su superficie no supo reconocer el tacto de dos culos jóvenes y tembló tanto que la fuente decorada de ranitas que presidía la plaza del pueblo, desparramó sus aguas, salpicando al rígido hombre con sonrisa inocente y a la chica temblorosa de ojos pícaros.

Una vieja que por allí pasaba que lo hay que ver que el Ayuntamiento no hace nada con el mantenimiento de los lugares emblemáticos del pueblo; un perro que por allí deambulaba que qué bien me viene el agua que hace días que no la pruebo; el señor de la pipa que qué jodienda que esta agua cayera justo en mi pipa apagándomela, ahora que mi mujer no me veía fumar; la niña que mamá me va a matar si llego a casa toda empapada de agua, mejor recojo la pelota de tenis y me regreso.

Los jóvenes tirados en el suelo se miran durante un instante, ella siente una vergüenza lejana, infantil; él quiere recomponer su rigidez y compostura, recoge los pedazos que se pierden por el suelo adoquinado de la plaza y hace un puzle. Ella recoge del suelo empapado, una pieza de seguridad y la une junto a la de soberbia que él sostiene en la mano. Ella recuerda que en el bolsillo derecho de su pantalón azulado, guarda una pieza de humildad que se había desgarrado de su propio cuerpo y, trata de encajarla en el rompecabezas que se ha comenzado en aquel escenario de iglesia, banco, fuente de ranas y plaza de pueblo. Si la empapa o la fuerza un poco más quizás encaje. Él encuentra, lejos, cerca de la iglesia, una pieza de humanidad y la coloca, parece encajar. Ella entiende, como lo entiende la vieja y la niña que siguen observando por la ventana, que ahora es el turno de la comprensión y de la empatía, piezas fundamentales de un puzle de solo diez piezas.

No hay muchas más, deben encajar, le dice la niña a la abuela. ¿Y por qué es tan complicado, abuela? Cada uno de ellos llevan en sus cuerpos cinco piezas cada uno y… ¿por qué no encajan? Hija mía, porque en los juegos, cada participante tiene sus tácticas, estrategias y métodos. Cariño mío, en el juego se compite o se coopera y no siempre se llega a construir lo que realmente se quiere. ¡Ay abuela, podría haber sido un puzle tan bonito!

Raquel Hernández Sánchez

Deja un comentario