Luis León Barreto – Las tentaciones de un día de playa

LAS TENTACIONES DE UN DIA DE PLAYA

Nunca me entusiasmó el mar, pero cuando Sara se empeñó en que estrenáramos el yate de su hermano Mateo tuve que adaptarme.

Por entonces, mi mujer también hacía ejercicios con la tabla de windsurf.

Éramos un grupo de treintañeros animosos que no teníamos hijos, a lo sumo podríamos hacernos con un perro con pedigrí.

A Sara le encantaba la playa, esperaba la buena ráfaga de viento y se dejaba llevar recta, cimbreante, hacía figuras sobre el agua y me alegraba al verla tan segura de sí misma.

En alta mar teníamos conversaciones animadas. Otero contaba buenos chistes y mi cuñado se hacía el interesante tras aprobar su licencia de piloto. Que si las viradas, que si amurar a estribor o babor, que si la orza, la quilla, el timón y el lío de tantos aparejos.

Yo me estaba convirtiendo en un tipo práctico. Me había apuntado a un partido con muchas posibilidades de ganar las elecciones. Así que aprendí a jugar a caballo ganador.

Ahora soy un maestro de la intriga y el suspense.

Me acostumbré al whisky etiqueta negra, aunque prudentemente solo bebía tres copas. Con agua y mucho hielo.

Todo iba bien hasta que, en plena navegación, apareció la sirena con una sonrisa pícara. Me dio un vuelco el corazón, y la situación era delicada porque estábamos lejos del pantalán.

Me confundí: recordé el amago de infarto que había padecido. El médico dijo que cuando se produce un estrechamiento en las arterias, hay que recibir atención sanitaria urgente.

Tomé precauciones, cambié algunos hábitos.

Desde entonces, va siempre conmigo. Mejor dicho: yo procuro adaptarme y mover mi cola de pez al mismo ritmo que ella. Con tanta práctica, ya no desentonamos.

Luis León Barreto

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