Kike Quintana – Días de caza

Días de caza

Los cálidos restos de respiración que salen de mi boca producen nubecillas de vaho en la húmeda atmósfera de la mañana. El sendero es irregular, creado por animales y cazadores humanos, y conservado de forma natural por el frondoso follaje. Me muevo muy despacio…mirando cuidadosamente a mi alrededor los efectos que mi presencia produce…La selva también me mira…Está oscura y extraña. Yo cubierto de barro de los pies a la cabeza, preparado para cazar.

Se oye un murmullo quedo entre la maleza frente a mí; yo aseguro mi piernas y levanto la lanza de tea endurecida al fuego. Nada, silencio. Mi pie de apoyo resbala un poco sobre el barro frío, que penetra también un poco en mis ojos y me hace pestañear. Los arbustos inmóviles, tenso el brazo que porta el arma y espero. Nada. Nada. Insonoridad. No hay movimiento, la naturaleza se paraliza a mi alrededor.

Y entonces emerge bruscamente el tapir de la oscuridad entre dos troncos. Corre veloz en mi dirección profiriendo agresivos gruñidos…sólo consigo ver sus enormes colmillos brillar a la par que lanzo la jabalina. El impacto es brutal, oigo crujir mis costillas mientras me elevo del suelo y soy empujado varios metros para caer sobre un espeso mato de orquídeas y bromelias. Intento levantarme pero no puedo, me duele terriblemente el pecho.

El animal para a unos diez metros y comienza a dar la vuelta entre rabiosos sonidos roncos; tiene la lanza clavada en un costado, pero se dispone a atacar de nuevo. Trato de moverme, pero un intenso tormento me recorre el cuerpo y ni siquiera logro erguirme. El enorme herbívoro da un sonoro gruñido y comienza el trote. Entonces me arrastro sobre mi espalda mientras tanteo, colgando a ambos lados de mi taparrabos, el hacha de piedra que tallé de una losa del río la semana pasada y el cuchillo fabricado afilando un hueso de antílope, pero ni siquiera tengo fuerzas para sacarlos. Preveo una muerte segura entre embestidas y mordiscos, todo es tan rápido que ni siquiera siento miedo.

El tapir se acerca corriendo con el vaho de sus jadeos cubriéndole la cara, y de repente dobla sus patas y se detiene en el suelo con un estertor. Al final parece que la lanzada fue precisa y letal, y la selva me concede un nuevo día de vida. Noto que me sangra la nariz, que se me nubla la vista, giro el cuello y pierdo la consciencia.

Horas más tarde me despierta la lluvia.

Kike Quintana

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