Te ayudaré a recordar
Desvió la cabeza hacia las montañas. El viento mecía suavemente su media melena. Sus ojos recorrieron despacio, recreándose en cada pico, en cada silueta, en cada contorno escarpado de la fisonomía agreste de Tamadaba.
– Está allí. ¿La ves? ¿La recuerdas?
La mujer la observó sin entender. Una sombra oscurecía el marrón de sus ojos. Negó despacio con la cabeza. Hacía meses que su memoria había decidido ocultar tras una espesa cortina cada uno de sus recuerdos más queridos.
-Tranquila. Ya te acordarás. Yo seré tu memoria – le dijo Elena, mirando a su hermana con tristeza.
Raquel siempre había cuidado de ella. Ella estuvo ahí cuando le vino la primera regla, cuando el dolor del primer desamor casi destroza su adolescencia, cuando el nacimiento de su primera hija le regaló la felicidad más sublime. También cuando ante su tumba de esa misma hija descubrió el verdadero significado de romperse por dentro.
Ahora era a ella a quien le tocaba cuidar de su hermana mayor. Siempre habían sido cómplices, amigas mucho más allá de la sangre.
– Sí, debías de tener unos nueve años. Recuerda que mamá estaba muy nerviosa porque ese año ibas a hacer la primera comunión, Papá quería celebrarlo en la casa de la montaña,¿recuerdas? Es aquella, ¿la ves?
Los ojos de Raquel escudriñaban el paisaje. Se perdían en el verde paisaje sin encontrar la casa de la que hablaba su hermana.
– Lo sé. Tranquila. En poco estaremos en la puerta. Y podrás despedirte.
La ayudó a bajarse cuando el coche paró junto a la puerta de la vieja vivienda.La casa de la niñez de ambas lograba mantenerse en pie a duras penas.
De pronto, Raquel abrió sus enormes ojos marrones.
– Ahí están mamá y papá. Los veo – afirmó dirigiéndose con paso tambaleante hacia la puerta que daba acceso a la vivienda – Hola, mamá. Hola, papá -gritó con una sonrisa en los labios- Ya estoy aquí.
Una lágrima descendió por la mejilla de Elena. Su hermana al fin recordaba.
Josefa Molina
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