‘Ni un leve trazo’, de David Pulido
Una reseña de Rubén Mettini
Al sumergirme en el poemario ‘Ni un leve trazo’ (Editorial Cuadernos del Laberinto. 2023, colección Anaquel de poesía) de David Pulido me sorprendió la profundidad de su pensamiento destilado en la obra. Al hojearlo, tuve la impresión de que David Pulido cerraba con este libro una historia amorosa que había acabado. Luego, supe por la contraportada que los poemas fueron escritos a lo largo de muchos años, casi una década. Comprendí también que su interés poético se basa en tres ideas capitales: la vida, el amor y la muerte. Para Miguel Hernández eran estas las tres heridas con las que se viene al mundo y que configuran los temas primordiales de la poesía.
Esencialmente, el libro está formado por sonetos, también décimas y alguna prosa poética. Pulido construye con suma perfección los sonetos. Al leerlo se percibe una enorme elegancia en los endecasílabos. La lengua resulta siempre nítida; el poeta no es nunca críptico. Su mensaje nos llega con suma claridad. Esta claridad, al mismo tiempo, se nutre de un gran conceptismo. La interrogación sobre los tres grandes temas es honda, contiene una filosofía algo escéptica, dubitativa sobre la evolución de la propia existencia.
Existen esos poemas de un amor acabado. El presente se vuelve pasado, solo queda el recuerdo de la pasión. Cito la estrofa final del poema Donde ardías que dice:
La vida continúa. Yo me abismo
soñando en el ayer de nuestro viaje:
incendio inextinguible donde ardías.
Algunos de los poemas plantean el oscuro sentido del ser y la nada que amenaza al individuo, percibiendo siempre la sombra de la muerte. Un individuo inmerso en la incógnita de cuándo llegará ese momento. En el poema De profundis clamavi ad te, domine, interroga a la divinidad, casi acusándola por su silencio y abandono:
Señor, te llamo desde lo profundo
del pozo donde dejas que me muera
y sólo el eco me responde afuera.
tu voz es el silencio en que me hundo.
Se degusta, al leerlo, un cierto clasicismo en las ideas planteadas. En el magnífico poema Memento Vivere, aunque parece invertir el conocido Memento mori latino que nos habla de la fugacidad de la vida, en realidad el poeta queda desnudo, entrega su ropa, sus zapatos y su equipaje para sumarse al cortejo de peregrinos que lo llevará a un inevitable final. También en los poemas Ave Fénix o Ubi sunt, Pulido nos remite a la mitología y a la tradición latina. Al leer el poemario tenemos la convicción de que estos referentes son bien conocidos por el poeta.
En una entrevista que hallé del Diario Siglo XXI, Pulido ofrece una descripción muy gráfica de su modo de trabajar los poemas. Lo hace con suma lentitud, dejando que se vayan formando a través del tiempo, hasta el momento en que los poemas queden acabados:
«De un modo u otro, si tuviera que dar una descripción gráfica de mi modus operandi, sería el de una destiladera: por los orificios de la misma el agua se va filtrando lentamente, cuajando en gotas que, cuando alcanzan el punto crítico, caen al bernegal. Cada gota es un poema y, fusionadas en el vientre del receptáculo, tal vez den lugar a un poemario».
El hermoso título del libro –que inicialmente me hizo pensar en la delicada pintura japonesa– surge de la estrofa final del primer poema “Carne cotidiana”. También aquí evoca el tránsito hacia otra vida:
No habrá noticia alguna de los gozos
que sirvan al recuerdo con su abono.
De mí no quedará ni un leve trazo.
Si vimos los temas del amor y de la muerte, quiero citar un poema que me admira por su perfecta construcción. Es un soneto que comienza con una cita del poeta Pedro Flores y nos hace pensar que allí está presente el tema de la vida, de la afirmación de la existencia, a pesar del dolor. Entre las dudas que aquejan a su poesía, surge una hendidura por donde se filtra un rayo de luz. Así el mensaje definitivo es esperanzador:
Adiós al duelo
«Hueco que dejaste aquí en mis manos»
Pedro Flores
Igual que la serpiente se despoja
del traje de su piel, marchita muda;
el árbol se desprende de sus hojas
dejando al descubierto ramas crudas;
el ave se despide sin congoja
del vuelo del plumaje que la anuda
y el lobo su pelambre gris arroja
al tiempo que el rebaño se desnuda,
así también le digo adiós al duelo
que puso en este pecho amargo fruto
bebiéndose la savia de mis venas
y canto el abandono de la pena
que lleva la corona de este luto
cargada con sus pétalos de hielo.
Tuve una rara fascinación con este poemario que leí una y otra vez. Además, el libro es precioso como objeto. La editorial madrileña Cuadernos del Laberinto ha cuidado la edición y eligió una portada significativa que une muerte y vida, un diseño que tiene un sabor medieval. Las raíces de una planta atraviesan un ataúd y al muerto, el tallo perfora a un individuo que levita y se abre camino hacia el cielo con sus ramas y, en lo alto, se enciende una luz clara. Sin duda, el dibujo recuerda las Danzas de la Muerte tan presentes en la cultura medieval.
Como breve biografía, David Pulido Suárez nació en Gran Canaria en 1981. Se licenció en Filología Hispánica por la ULPGC. Su primera publicación fue el poemario titulado Dame un nombre, editado por Idea en 2011. En 2017 se publicó el segundo poemario de Pulido Décimas de juguete, edición de Canarias ebook, un libro destinado a los lectores jóvenes, libro que le permitió realizar talleres en centros escolares de Gran Canaria. Este poemario que reseño es su tercera publicación.
Esta distancia de seis años entre cada publicación confirma la lentitud de que habla Pulido en la creación de sus poemas. Espero poder leer algún poemario más de este poeta que me fidelizó con sus versos. Recomiendo que los amantes de la buena poesía se acerquen a Ni un leve trazo.
Rubén Mettini

