TE RECOMENDAMOS… La montaña de barro, de Rafael-José Díaz


La montaña de barro, de Rafael-José Díaz

Una reseña de Rubén Mettini

Parto de la convicción de que este libro (El sastre de Apollinaire. Poesía 80. 2023) es el mejor poemario que he leído en 2024. En realidad, son poemas en prosa; el autor expresa, al final del libro, que comenzó escribiendo textos narrativos que se convirtieron en poemas. Invita a la lectora o al lector a inventar la historia escondida detrás de sus palabras.

El poeta se mueve por un espacio otro, una montaña en Tenerife que podría estar situada en cualquier otro lugar. Nos da la impresión de un lugar deshabitado, fuera de la Tierra. Podría ser un círculo del Infierno de Dante, donde los hombres están condenados a vagar y perseguirse. A través de los poemas, visualizo una explanada donde se aparcan los coches y un bosque con una frontera, una frontera que podría hacer caer a los hombres al vacío. La sombra de los árboles y la oscuridad provoca una inquietud casi angustiosa. Aparecen en el terreno hondonadas que obligan a caminar a pequeños saltos como lo hace una ardilla. También hay terraplenes abruptos. Más adelante, se abre un abismo.

Desde dentro del coche, se ven veladamente las figuras que se mueven por ese espacio. La niebla, las ráfagas de viento y, a veces, la lluvia, provocan el temor de salir a la intemperie. Se suma el riesgo de caminar sobre el suelo de barro. En definitiva, lo que espera fuera del coche parece una condena, lo dice el autor. La oscuridad dentro del coche, una cerilla o un mechero que enciende un cigarrillo otorgan una vaga luz al interior del coche, en esos interiores se ocultan los desconocidos.

En un momento, el poeta tiene la sensación de ser chupado por ese suelo inestable. Cito las palabras de Díaz, con su extensa enumeración:

«Ese chapoteo entre piedras, ramas, hojas, caracoles, semillas, cascotes, excrementos, cáscaras, basura, telas, esa híbrida textura de lo sentido por los pies en la oscuridad era lo que parecía estar succionándome: hacia abajo, hacia adentro, hacia el origen de todo».

La montaña es un lugar de cruising. El poeta dice que, al caminar en las tinieblas, le salen al paso unas presencias fantasmales, tiene la impresión de estar caminando en círculo. La búsqueda es insaciable. Alguien persigue, él persigue. Al producirse el encuentro, el golpe y la fusión entre machos cabríos dura poco. Hay una búsqueda del placer, aunque el gozo es breve. No hay conocimiento del otro, solamente un uso para satisfacer una urgencia carnal.

Díaz tiene el intento deliberado de elevar el cruising a mito. Las caminatas por ese espacio húmedo y neblinoso le dan la sensación de haber muerto. Desde la primera página, en la cita de Clarice Lispector del libro La pasión según G. H., se advierte que quien escribe podría estar muerto. Dice Lispector:

Era como si hubiese muerto ya y diese sola mis primeros pasos en otra vida.

No hay referencias explícitas a hombres ni a las relaciones sexuales anónimas que se mantienen en la montaña de barro. El autor tiene el poder de contar –y cuenta mucho de lo que ocurre en la montaña–, pero trasladando los hechos concretos a un plano fuera del tiempo, a una dimensión mítica. El autor invita al lector a recomponer o distorsionar las palabras hasta lograr que el texto dijera [diga] lo que intenta evitar decir. Creo que en esta frase está la clave del valor del poeta que dice no diciendo, que sugiere, que cuenta sin contar. Díaz tiene una capacidad para retorcer y curvar el discurso hasta esa luz final, la de la comprensión, que se va filtrando entre los intersticios de los poemas.

Hay uno de los textos que me gusta especialmente porque indica cómo es el comportamiento en las caminatas por la Montaña de Barro:

«La simulación es aquí la norma básica de conducta. Se simula estar donde no se está. Se simula no estar donde se está. Se simula un acercamiento cuando nos alejamos. Simulamos alejarnos al acercarnos. Se finge un deseo que en el fondo es indiferencia. Se finge una indiferencia que oculta un irrefrenable deseo. Se finge no mirar cuando los ojos devoran la escena del acontecimiento. Fingimos mirar lo que no vemos. Aparentamos seguridad y somos frágiles. Fingimos ser frágiles para esconder nuestra seguridad. Todo es aquí fingimiento, simulación y apariencia. Hasta separarse del tumulto y adentrarse en un camino que nos lleva hacia zonas muertas conlleva un encubrimiento: poco después, al girarnos, vemos cómo alguien que ha picado el anzuelo nos sigue hasta un lugar recóndito donde fingiremos retirarnos a una burbuja que no tardará en estallar».

En la Nota del Autor al final del poemario, Díaz aclara que la montaña referida por los textos es la Mesa Mota, situada en La Laguna (Tenerife). Un lugar húmedo durante casi todo el año. La niebla que es típica de la zona sume a la montaña en unas tinieblas casi totales. También nos cuenta que el autor visitaba ese espacio durante el 2015 cuando había regresado a Tenerife, después de vivir varios años en Madrid. Las excursiones a ese lugar eran una forma de combatir la soledad y la desorientación en esa época de su vida.

A manera de biografía breve, Rafael-José Díaz nació en Tenerife en 1971. Se licenció en Filología Hispánica en la Universidad de La Laguna. Entre 1995 y 2000 fue lector de español en la universidad de Jena y Leipzig (Alemania). Ha traducido a escritores en lengua francesa, alemana e italiana como Arthur Schopenhauer, Hermann Broch y Anne Perrier, entre otros. Sus publicaciones son innumerables. Las últimas son: Y le sopla en los ojos para que vuelva a mirar, publicada por Altazor en 2021 y Luz que se escapa, publicado por Ril Editores en 2022.

He leído tres de sus poemarios, cada nueva publicación es para mí una cita con un autor que admiro y que me ofrece bellas horas de lectura. La montaña de barro se presentó en la Feria del Libro de Las Palmas de 2024.

Rubén Mettini

Deja un comentario