El patinazo
El utinsa abarrotado de gente. Casi no se puede respirar. Por si fuera poco, el chófer y el cobrador van por el segundo carajillo de petaca, que apesta a ron con miel y sin parar de fumar. Si a esto se añade la carretera antigua que nos conduce a Gáldar, la lluvia y la mujer embarazada que no para de vomitar, ya no se qué pensar.
¡Dios mío, se le ha cruzado un perro en la carretera! Esto va de mal a peor. El conductor intenta una maniobra desesperada para no atropellarlo y solo puedo murmurar al borde del pánico: “Hoy no llegamos a Gáldar”.
La gente grita y le increpa mientras patinamos directos al barranco. Alguien me zarandea y encima me abofetea sin consideración alguna.
Miro al conductor sin comprender lo que me dice, encima ha abandonado el volante de la guagua. Estamos condenados. Este es el final…
–Oiga, despierte, coño, que ya hemos llegado.