Mary Carmen Cabrera – Atada

Atada

Las palabras atrapadas tras el silencio; los abrazos reprimidos y las piernas amarradas en cuarenta metros.

Hay mucho silencio y, sin embargo, el ruido de adentro entorpece la mirada; la condiciona y la reprime. Veo el intento claro de salida. El instinto de correr hacia donde no existan barreras.

La palabra también persigue el intento de traspasar el límite del miedo y de la angustia que, como el virus, limita la salida y coarta el contacto. La palabra se atropella en la garganta. Ni siquiera se diluye. Es peor, se amasa con la saliva, y el amasijo ahoga el suspiro. Ni la propia mente consigue ponerlas en orden para dar forma al sentir interno.

Se viven días inciertos. Y yo sigo aquí. Me veo y me siento respirar. Sé que existo porque respiro. Mis dedos se mueven para colocar las órdenes de mi mente. Mi mente dicta las palabras que mis dedos teclean. También oigo los sonidos de las teclas: más o menos fuerte, dependiendo de la intensidad con la que presione. La última “e” de la palabra “presione”, la hice con intensidad… (rio por este juego de palabras) Creo que había algo de rabia en ese preciso instante, cuando presioné la segunda letra “e”. No lo sé, nada de lo que digo o pienso me parece seguro. Cualquier cosa que ahora tenga sentido, puede que dentro de unos segundos, horas, días o semanas ya no lo tenga. Así que estoy aquí, en este momento, comprobando la simpleza de mi vivir. Me cojo las manos y releo lo que acabo de escribir: <<la simpleza de mi vivir>>. De repente siento deseos de expresar y compartir aquello que veo y que ni siquiera sé si es vivir. Sólo sé que, en este momento, estoy aquí mirando, mirándome.

Oigo el respirar del ordenador. Parece que arde, como arde el aire en la misma calle cuando abro las puertas del balcón. Es irrespirable. Y, sin embargo, se respira. Si no respiro, muero. Así que, de momento existo.

Me pica el codo y me rasco. Parece que sigo aquí aunque, en pequeñísimos instantes, mientras escribo, me voy. Sí, me voy no sé a dónde. Supongo que a algún recóndito espacio donde mi mente aún no alcanza ver. Cierro los ojos en un intento ridículo de atrapar todo lo que pueda. Me doy cuenta de que nada se deja atrapar. Todo va y todo viene. No sé muy bien qué he querido decir con esto. Y, a pesar de eso, se que se va y que se viene. Sí, que nada es estable. Que todo es efímero.

Ahora aparece el miedo. Uhhhhh!!!! el monstruo hace su aparición. “Tú también desaparecerás”, me dice. Es una realidad que se sabe, pero con la que no se cuenta aunque, más de una vez en, he querido desaparecer.

Sigo aquí, en este hablarme, en este prestar cuidado a lo que me ocurre aquí, ahora. Vuelve a picarme el codo. No sé si quiere distraerme de algo importante. Quién sabe… (rio). Me pica la oreja y la espalda; también la pierna. Quizá mi cuerpo sea el que requiera todo el amor. Me dejo llevar. Siento el calor subir por la espalda hasta ahogar mi cuello. Me provoca tos. Llega el picor al ojo izquierdo y compruebo que empiezo a ver borrosa la pantalla. Esto me recuerda que debo ir a una revisión oftalmológica. Hace tiempo que mi visión es algo imprecisa y con algunas manchitas negras. Iré.

Lo de la mirada es aún peor. La mirada se abre camino poco a poco. En general está opaca por falta de entrenamiento. Agudizarla no resulta fácil. Sólo cabe la posibilidad de ir preparándola. Prestar atención hasta conseguir una gran amplitud. Una extensión que alcance la propia sombra.

Mary Carmen Cabrera

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