Luis León Barreto – Ingrid, la virgen

Ingrid, la virgen

A sus quince años parece la estatua de una virgen gótica. Alta y pálida, de ojos claros. Su padre un marino que había atravesado los cinco océanos, su madre una mujer de aspecto tranquilo. Buena estudiante, le gustaban los idiomas.

Es una mezcla perfecta del norte y el sur, y llamaba la atención a sus compañeros de instituto.

Uno de ellos, que no era tenido por el más listo sino por el más fuerte, se aproximó a ella y le pidió salir.

-Deja que me lo piense -contestó.

Como era verano, solía ir a la playa en tanga como el que llevaban sus compañeras. Una amiga le hizo una foto y la puso en las redes.

No pensaba que pudiera recibir tantos mensajes de odio. Por ello decidió borrar la imagen.

Pero a Tomás se le despertó la imaginación.

La primera vez que salieron, la besó apasionadamente.

Pero se enteró de que también había salido con otros compañeros, al margen de la pandilla a la que ambos pertenecían.

Y entonces no lo pudo evitar.

Se citaron en un parque de las afueras, donde correteaban los mirlos.

Él se presentó con una bolsa voluminosa, estrecha y alargada, y enseguida le habló.

–Como sigas saliendo con otros chicos, te vas a llevar un susto.

Y extrajo de la bolsa la escopeta de caza de su padre.

Ella palideció.

Decidieron cambiarla de centro. Pero cuando fueron a plantearlo al director, este les disuadió.

Llamaron a la chica y al novio violento y le obligaron a hacer una confesión: no volvería a molestarla, si eso sucedía iban a denunciarlo a la fiscalía de menores.

Todo fue inútil: a la salida del instituto, después de la clase de matemáticas, se dijo que tenía que volver a verla. Y ni corto ni perezoso preparó el arma con un cartucho de perdigones.

Con toda intención quería hacerle ver cómo son las cosas. Por eso dirigió el arma hacia las zapatillas deportivas de la chica, no quería lastimar aquellas bonitas piernas que tanto le gustaban.

Segundos antes de que disparase, ella salió corriendo, y no se vieron más.

Luis León Barreto

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