
Niños de Gaza
Besé sus pequeñas manos. Uno junto al otro, tendidos en el suelo.
Cerré los ojos y vi cómo sonreían, cómo su risa era el más poderoso y maravilloso virus.
Recordé tardes interminables de verano en las que jugábamos al escondite tras las sábanas blancas que ondeaban al viento en aquel jardín, entre edificios, que era un paraíso improvisado; en las que la imaginación volaba y podíamos ser hermosas princesas, valientes caballeros, bravos piratas y astronautas que se dirigían en cajas de cartón a misiones galácticas.
Cerré con fuerza mis ojos y recordé sueños, sencillos planes de futuro truncado.
Uno junto al otro.
La imagen de ambos sería una más en un mundo acostumbrado a una sucesión innumerable de espontáneas que ya no impactan a un espectador que mira hacia otro lado si se siente incomodado.
Abrí los ojos y besé nuevamente sus manos, las de mis pequeños hermanos.
Carmen Quesada