La hembra del centauro, de Juan Ramón Tramunt
Una reseña de Loli Pérez (Lola May)
La hembra del centauro, de Juan Ramón Tramunt Rubió, fue escrita en 2004 y publicada por la editorial Puentepalo. La portada cuenta con un diseño del artista plástico y multidisciplinar Augusto Vives.
Juan Ramón Tramunt nace en Las Palmas de Gran Canaria (1955), y es licenciado en Filosofía y Letras y psicólogo clínico. Profesor de Lengua y Literatura, y Lengua inglesa en Enseñanza secundaria.
Es cofundador de la Revista de Literatura y Artes Puentepalo (1980), y autor de Libreta en blanco (2001), La vida posible (2002), La hembra del centauro (2004), La ceniza que avanza (2008), Caligrafía (2012), La piel de lefaa (2013), La virgen de Sola (2014), Anturios en el salón (2016), Condena y júbilo del poeta Caín (2018), Nunca más la noche (2018), y Traficante de Historias (2021).
Con seis obras de teatro a sus espaldas funda, junto a su esposa, Mª Jesús Alvarado, la Compañía de teatro La Fanfarlo en 2006. Entre sus muchas actividades culturales y literarias mantiene un compromiso de socialización y divulgación a través de Encuentros poéticos en el Patio Las Paulitas (Agüimes), desde 2010.
La obra.
La hembra del centauro es una novela corta (apenas 160 Págs.), pero intensa y atrevida cuya trama nos atrapa inmediatamente y que se determina en los márgenes de la Cataluña francesa. Cuenta con elementos mitológicos para su fijación observados en la escultura grecorromana.
Desarrollada en un idílico escenario con parajes evocadores y personajes diestramente ubicados, protectores de una saga dinástica que se pierde en los tiempos y dotada de cierta dosis de misterio, hará que el lector/a disfrute y se recree con la riqueza de detalles.
Su protagonista, Estela Grau, presenta un perfil bien definido psicológicamente, con una situación fundamentada y creíble, que atraviesa un periodo de vulnerabilidad producto del fracaso conyugal y de una irrealizable maternidad. Desde esta situación tan sumamente comprometida se lanza a un flirteo resultando burlada. Sin alternativa posible debe abandonar su trabajo como docente universitaria. Una extraordinaria propuesta laboral en el terreno privado posibilitando la investigación le ofrecerá la alternativa que precisa y será, aparentemente, el portazo necesario a su deriva emocional. Estela acabará enfrentándose a sí misma y a sus más firmes convicciones de mujer emancipada al encontrarse con un extraño y voluptuoso jefe.
J. R. Tramunt consigue, en la voz de un narrador extradiegético, conducir a los personajes magistralmente en relación a su figura leitmotiv. Con un lenguaje de experto conocedor, exquisito, elegante, lleno de matices y cargado de sensualidad, logra poner en solfa nuestras reticencias frente a la sexualidad más auténtica y primitiva al describir, con atrevida y precisa terminología, las emociones y los detalles más íntimos de la relación, dejando al descubierto un conocimiento profundo del alma femenina.
El autor expone a través de esta obra un tema sensible que, en muchas ocasiones, es un hándicap y nos predispone a la incomodidad cuando nuestra posición es la del mero espectador/a. Cabría la reserva más ponderada hacia una etiqueta que menoscabe el erotismo de alta intensidad en confusión con la burda pornografía. Siendo, en este caso, donde el leguaje alcanza la compleja tridimensionalidad deseada y que, sólo una imagen podría ofrecernos.
A través de los personajes de Estela, Casia y Sofía, nos acerca distintos tipos de conducta sexual femenina. La primera, Estela, manifiesta la forma activa, desinhibida y audaz de la mujer que toma la iniciativa en numerosas ocasiones; Casia representa el modelo de sexualidad, más que sumisa, servil perteneciente al modelo de sociedad feudal, obligada, además, a guardar silencio y ser testigo mudo del placer del amo y señor de la propiedad donde también la servidumbre es parte de la misma; y, por último, Sofía, la señora del mismo modelo que, por imposibilidad física (enfermedad), consiente además de instruir a su propia criada para tal menester, asumiendo el papel meramente de observadora (voyeurismo), de los excesos de su esposo.
En relación a la conducta sexual masculina nos muestra la del mismo señor propiamente, en Francoise Declot.
El desenlace de nuestra historia puede, erróneamente, colocar al lector/a en la tesitura de la dicotomía autoestima/rendición tan teorizado desde la visión feminista actual y frente a la eterna deposición de la libertad femenina, opción personal, por amor. Lejos de ello, nuestra Estela se rinde ante el poder exclusivamente sexual que ejerce su amante sobre ella, hecho que admite consciente y donde cobra fuerza la inalterablemente pulsión del amor.
Leitmotiv de la obra.
El autor ha dejado constancia entre sus archivos y en su blog personal, de que esta historia fue pergeñada tras disfrutar de la escultura de Johan Tobías Sergel, “Centauro abrazando a una ninfa”, en su visita al Museo de Louvre.
Y así aparece en el lago, cerca del cottage, formando parte de su novela, La hembra del Centauro.

Escultura de Johan Tobías Sergel. Estocolmo. 1740- 1814
Terracota 0.365 m x 0.395 m.
Escena mitológica con resonancias eróticas en la que se aprecia la influencia que tuvo el arte antiguo en el escultor. Sergel vivió once años en Roma (de 1767 a 1778), y durante su estancia realizó este grupo.
Cuando volvía a Suecia en 1778, llamado por el rey Gustavo II, dejó esta terracota en París. Actualmente se encuentra en el Museo del Louvre.
