Sinfonía de la Sombra Blanca, de Fermín Higuera
Una reseña de Rubén Mettini
El libro de Fermín Higuera fue una de las lecturas que más me impactaron en el año 23. Sinfonía de la Sombra Blanca (Editorial Polibea, 2016) es un libro que revela el profundo amor del autor por su isla –en este caso, Tenerife– y el deseo de entender la raigambre de tan poderoso afecto, observado desde diversos puntos de vista. Estos puntos de vista se me ocurrió llamarlos «capas de interpretación», capas que entrelazan los recuerdos personales con un análisis de mayor profundidad. Me ayudo en esta reseña por el extenso y brillante prólogo que escribió Juan Herrero Cecilia a este libro.
En un primer nivel hallamos la dimensión telúrica y cósmica. El recorrido desde el mar a la cima del Teide, a través de los recuerdos de infancia de Higuera, exalta las misteriosas fuerzas protectoras y destructoras que surgen de las relaciones entre el mar, la tierra y el cosmos en la isla.
Desde el comienzo del libro a partir del apartado «El cinturón de la medianía baja» los capítulos se basan en recuerdos de los domingos de la niñez del autor, cuando sus padres lo llevaban a casa de los abuelos paternos a unos 250 metros de altura. Allí, junto con el abuelo, Higuera raspaba las chumberas para recoger las cochinillas y, luego, extendían las capsulas del tinte para secarlas.
Allí también recogían los higos chumbos con las dificultades que, a causa de las espinas, creaban para los niños poder pelarlos y deleitarse con ellos. Al fondo de la casa se hallaban los frutales, entre ellos unos guayaberos que daban las frutas preferidas del autor.
Aparecen relatos con un componente de realismo mágico. Al comienzo del libro, en el capítulo llamado «La costa», el autor nos cuenta que, siendo niño, un día salió a pescar con unos amigos de la familia. Navegaron hasta La Hondura, una ensenada cerca del barrio de Las Eras. Uno de los hombres sumergió un balde a dos metros de profundidad en el mar y de allí salió el cubo lleno de agua dulce. Aunque dé razones de la rara agua bebible dentro del mar, nos parece uno de esos recuerdos donde los niños mezclan la realidad con la ficción.
Otra historia ocurre en una caldera en el valle de Ucanca. En el atardecer, los remolinos levantan columnas de polvo incendiado. La mujer que acompaña al autor cuenta que, una vez, el rocío nocturno comenzó a evaporarse al amanecer. Al ascender transformado en nube, se detuvo a un metro de altura. Ella se vio rodeada de nubecillas que se movían alrededor de su cintura y dice: Me movía avanzando en mitad de una nata algodonosa que se detenía a la altura de mi vientre.
En la mayor parte de apartados puede sentirse esta exaltación de lo telúrico y llegará a su punto más significativo cuando el autor alcance la cima del volcán donde creerá que allí podrían bajar los dioses del cielo.
Una nueva capa de interpretación nos lleva de la dimensión telúrica a la dimensión mítica. Esta dimensión se entiende como relatos iluminadores que cuentan un drama entre fuerzas antagónicas representadas por personajes imaginarios. En Higuera, la dimensión mítica conecta con las mitologías de los fenicios, cartagineses, griegos y romanos y con los viajes fabulosos a las islas Canarias. Unos de los mitos más recordados son los escritos de Plinio situando en las Islas Canarias el Jardín de las Hespérides. Las ninfas vigilaban el maravilloso jardín donde se hallaban las manzanas doradas que otorgaban vida eterna a quien las comiera.
Y una tercera capa de interpretación conduce al lector a la dimensión filosófica o metafísica en la interpretación de la isla. Higuera comenta que su tesis se basa en que lo telúrico conforma el sustrato mítico de lo insular. Ese componente telúrico lo obliga a una radicalidad metafísica desde donde se abre a un método poético, como si se tratara de un río de muchos afluentes. La escritura del autor, fluctuando entre el cuento y el ensayo, destaca por la belleza, el aliento poético y la precisión conceptual. El relato autobiográfico nos atrapa con sus anécdotas, las páginas filosóficas nos hacen reflexionar y descubrir nuevas visiones de la isla.
Además, como Fermín Higuera es músico e intérprete de piano, en su recorrido por la isla, aparecen metáforas relacionadas con las melodías que nacen del entorno, los estruendos, susurros y silencios de la naturaleza. En uno de los breves capítulos, hacia el final del libro, habla de la danza barroca llamada «zarabanda» a la que compara por su estructura rítmica a la endecha. El capítulo siguiente está dedicado a una danza, de finales del siglo XVI y principios del XVII, llamada «el canario». El autor supone que nació en las islas y, luego, fue trasladada a la Corte, donde adquirió fama y renombre.
En cada página, en todos los capítulos, se siente la admiración y el sentimiento profundo que experimenta Higuera con su isla. Un sentimiento que conforma toda su vida, aunque haya vivido muchos años en Madrid, añorando Tenerife. Leí y releí Sinfonía de la sombra blanca porque en este libro hallo las mejores páginas para demostrar el amor por las Islas Canarias. Creo que es un texto ideal para programar en escuelas e institutos a fin de acercar la realidad isleña a los estudiantes.
Para ofrecer algunos apuntes sobre la vida del escritor, me baso en la biografía publicada en Ediciones La Palma:
Fermín Higuera (Tenerife, 1961)
Nace en el seno de una familia cuya madre era profesora de piano y su padre militar. Este conflicto, derivado de dos enfoques antagónicos de la vida se resuelve gracias a su inclinación literaria. En 1983 viaja a Madrid en donde vivió desde entonces. Su actividad intelectual y creadora tiene tres facetas: la literaria, la musical y la docente.
Como escritor muestra, hasta el momento dos vertientes: la poesía y el ensayo.
Sus últimas publicaciones en poesía son: Bisagras en la hoguera (Ediciones Baile del Sol, Tenerife 2002); Sangre al cielo (Ediciones Baile del Sol, Tenerife 2003); Roto está el cordón de plata (Ediciones Idea 2007) y Religare (Editorial Polibea, Madrid 2011)
En ensayo: La obra para piano solo de Joaquín Rodrigo (2001); Hacia una materialización de la comunicación y la trascendencia (2003); Lo musical en María Zambrano (2004) y Lo que dice el aire (2005)
Desde 1990 trabajó como profesor en el Conservatorio Profesional de Amaniel en Madrid. Desde hace poco tiempo ha vuelto a vivir en Tenerife.
Rubén Mettini
