El pintor
Acudió al funeral del pintor impulsada por el deseo de enterrar junto a él aquella mala etapa de su vida. Ahora, liberada de su acoso, comenzaba a recuperar su identidad, sus propios pensamientos. Nunca quiso someterse a sus diabólicos planes y por ello fue la presa de sus juegos. No se sentía culpable de haberle provocado la muerte, hacía tiempo que debió hacerlo.
Tras el funeral, se encaminó a la pinacoteca, era necesario enfrentarse al mal; sería la última vez que observara su maldito cuadro, inacabado, sin firmar. Contempló las aves oscuras posadas en un cable eléctrico. La negrura de sus cuerpos resaltaba en el ocre del atardecer como un mal agüero. De nuevo, le pareció que dentro del cuadro se levantaba el viento haciendo volar las plumas de las aves.
Observaba con terror la obra maestra cuando un frío glacial comenzó a entumecerle las manos, luego las piernas, finalmente, la sangre. Apenas podía moverse. Una pluma negra se desprendió de su cabeza y cayó al suelo. Se sintió impulsada por los aires. Pronto posó las patas junto a la bandada que habitaba el cuadro en el que, misteriosamente, aparecía la firma del pintor.