Eva Cubas- Los últimos minutos de la isla de Perfectuosa

Los últimos minutos de la isla de Perfectuosa

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00:23:45 Ya  había olvidado que, después de la lluvia  y con la ayuda de unos días  de sol, crecía la hierba. El suelo, aquello que ahí abajo era un enjambre de trozos de no sabía cuántas cosas, se ordenó  momentáneamente aliviando  su vista agotada  del caos que la rodeaba. Después de que esparcieran las migajas desechables del consumo planetario por toda la isla, se hacía cada vez más difícil recordar  a qué se parecía aquello que alguna vez fue llamado “tierra”. La masa informe de latas, plásticos, escombros, tuberías, cáscaras de papa, pañales, servilletas, bombas de lavadora y otros   artefactos y materias  de lo más variado en todas las formas de putrefacción y ruina posibles,  colonizaba la geografía insular  deshaciendo laderas, solares, azoteas,  carreteras y  playas,  plazas públicas y monumentos históricos. Los oriundos, en otro tiempo amantes del terruño y las tradiciones, se largaron antes de que se sembrara toda aquella  porquería. Ella era una de las pocas que  quedaron, sin dinero ni influencias para atravesar un mar que le atrapaba en aquel inmenso cubo de basura: una de las tantas  lisiadas que fueron arrimadas  junto a los despojos llegados de otras orillas.

00:22: 38 Cuando a duras penas pudo agacharse para rebuscar entre lo que parecían los restos de una madera barnizada de un violín, las minúsculas hojas de aquella hierba amarga como era su costumbre, sus tendones cedieron y la pierna volvió a descolgarse, desencajada la rodilla y la cadera, contrahecha como el desvencijado instrumento donde finalmente  se estamparon sus cachetes tras la caída.

00:22:22 Un alarido, dos y hasta tres, se escucharon en aquel valle de restos seguidos del silencio contrapunteado por el metal y el plástico recalentados en el otoño subtropical. El sol quemaba, ardía, y su piel desnuda, harapienta, se chamuscaba y revolcaba entre basura.

00:18:12 Un nuevo dolor, más intenso, hecho de terror e impotencia, volvió a paralizarla: escuchó que algo se movía no muy lejos de allí. Perros, gatos y hurones carroñeros  se acercaban atraídos por el olor de su cuerpo cuarteado con el roce de latas oxidadas y fragmentos de planchas de uralita. Se supo muerta, desmembrada por mascotas salvajes, que la comerían viva, separando  su pelo del cuero cabelludo y masticando  su cabeza, entrando  en las madrigueras de su cuerpo para arrancar la carne tierna y sangrante desde adentro.  La rabia de esos animalitos, liberados de  las bestias que las domaran antes de que el paraíso se convirtiera en infierno,  la volvería del revés, la asimilaría  al mar de restos del que huía descoyuntada  hacía meses.

00: 17: 57 Casi fundida en los picos de aquellas olas de escombros decidió abandonar la lucha: ahí estaba la última instantánea de Perfectuosa.  La  última escena vivida. No  quedaba más remedio  que  perecer.

00:15:20 Pero, como la asombrosa hierba que le había llevado hasta allí, se enderezó y brotó de entre lo apartado y  olvidado. Con las últimas fuerzas que le sobraban después de lo que pensaba iba a ser su último aliento, se irguió sobre su única pierna útil como un espantapájaros y alcanzó a entrar en un agujero que surgió de repente entre los montículos.  

00:11:08 Su cuerpo se adentró en la oscuridad fétida  de la montaña putrefacta con un  nuevo tirón, una brusquedad violenta que la aplastó sobre el suelo arrastrándola hasta una cavidad diferente hecha de piedra y humedad. ¿Le habrían engullido las entrañas de un risco enternecido por la fragilidad de su andar de monigote? Desde algún rincón de aquella oscuridad la mandaron a callar y una mano que no era la suya le oprimió los labios duramente contra unas encías que comenzaban a sangrar un grito de pavor silenciado.

00:09:46 ¿A quién pertenecía la mano que le tapaba la boca? ¿Y aquella voz que de nuevo  le ordenaba? Sus ojos se esforzaban en reconocer un contorno, alguna sombra proyectada por  el peso de lo que allí se encontraba. No obstante, la más absoluta, indiscutible y pura negrura la asaltaba con movimientos cercanos que su cuerpo entendía como los  gestos pesados  y difíciles de alguien que le  brindaba sus olores más agrios y profundos.

00:06:35 Ese otro la violenta y  embadurna  de fluidos podridos y sudores añejos mientras gime de placer y la aplasta  frenéticamente con carnes de  obesidad  mórbida  flácida que se estampan  contra su pecho y la asfixian.

00:01:09 Su cuerpo se queja, su cuerpo es miedo, su esqueleto desmontado se clava en la   carne. Este  es el final. Debe ser este. Necesita que así sea. Lo desea.

00: 00: 00 No tendrá que ordenar nunca más los despojos importados.  El océano de ruinas  la engulle en la tarde olvidada de la isla vertedero de Perfectuosa.

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