TE RECOMENDAMOS… Los que vuelven (VVAA)


Los que vuelven (VVAA) Ilustraciones de Lucía Vázquez de Prada

Una reseña de Rubén Mettini

En los últimos años ha habido un creciente interés por la literatura de miedo, por el género gótico, por todos esos cuentos y novelas que nos erizan el vello mientras leemos. A finales de agosto, la Editorial Garoé inauguró una magnífica librería, Aranfaybo, la única en España especializada en temas de terror. Para quien quiera conocerla está en la calle Domingo J. Navarro 23, muy cerca de Triana, en Las Palmas.

En esa inauguración conseguí este precioso libro: Los que vuelven. Antología ilustrada de relatos de muertos (vivos), Editorial Deméter 2025, que recopila cinco relatos y una novela corta del siglo XIX. El libro se enriquece con las ilustraciones realizadas por Lucía Vázquez de Prada, imágenes que van acompañando la lectura de los relatos.

El primer relato: La catalepsia, fue publicado en 1880 y pertenece a Pedro Escamilla, un dramaturgo, novelista y cuentista que escribió con el pseudónimo de Félix X. Escamilla fue un escritor muy prolífico, llegó a escribir treinta cuatro novelas entre 1859 y 1886. El tema de los muertos vivos, personas caídas en un estado de catalepsia es recurrente en esta selección de historias.

Los relatos Mi suicidio, publicado en 1894, y La resucitada, aparecido en 1908, pertenecen a Emilia Pardo Bazán. Ambos cuentos tienen el estilo rico y suntuoso de la escritora gallega. Mi suicidio tiene un final sorpresivo. También nos impresiona La resucitada, una difunta vuelta a la vida, pero con todas las imperfecciones de la muerte.

El relato Bajo la mesa de Enrique Fernández Iturralde fue publicado en 1867. Una historia que nos inquieta con la vida de un hombre que constata que es enterrado vivo, sintiendo las paredes del ataúd y palpando su sudario. El defecto que encuentro es construir con sumo esmero una trama surreal y terminar el cuento diciendo que es un sueño. Me parece un recurso pueril, absolutamente ligado a las composiciones escolares de los niños.

Guillermo Forteza, el autor del relato A través de un diamante, fue un arquitecto y político mallorquín destacado por la proyección de un gran número de escuelas en Mallorca desde 1921 hasta la Segunda República. La historia publicada en 1865 nos muestra ángeles de la muerte que vienen a ofrecer un reposo eterno.

El mejor relato para mí,además el más extenso –unas cincuenta páginas– es La mujer fría, un cuento que me hizo descubrir a una autora que desconocía: Carmen de Burgos Seguí (1867-1932). Que se perdone mi ignorancia. Carmen de Burgos fue periodista y escritora, y, además, una vehemente activista por los derechos de la mujer y de los niños. Utilizó diversos seudónimos en sus publicaciones. Fue conocida como Colombine, también firmó como «Gabriel Luna», «Perico el de los Palotes», «Raquel», «Honorine» o «Marianela». Fue pareja de Ramón Gómez de la Serna.

Su prosa es espléndida. Describe con fineza y precisión los vestidos, las telas, los interiores de las ricas cámaras. También resulta admirable la variedad de adjetivos que utiliza para describir a esa mujer fría a quien le cuesta amar a pesar de su belleza.

Apéndice

El libro tiene un interesante apéndice con transcripciones de artículos y noticias aparecidos en la prensa española desde finales del 1700 hasta finales del 1900. Fueron muchos los casos de catalepsia o de muerte aparente. Hubo mucha gente que fue enterrada viva. Entre los casos que se cuentan, en un artículo de 1833, se halla el caso de una señora de Tolosa que fue inhumada en la iglesia de los jacobinos con un hermoso diamante en un dedo. Un criado penetró en la bóveda para robar la sortija. Como el dedo se había hinchado, trató de cortarlo. A los gritos de la señora, el ladrón cayó desmayado.

Un caso nos remite a la Francia de 1759. Se trata de una mujer aparentemente muerta, colocada encima de un montón de paja con un cirio a sus pies. Unos muchachos, jugando, hicieron caer la vela; el fuego encendió la paja y la muerta pegó un grito para escandaloso espanto de los muchachos.

Por último, para no ser prolijo, en 1763, el abate Prevost, autor de Manon Lescaut, tuvo un ataque de apoplejía en un viaje por Chantilly. Creyeron que estaba muerto y procedieron a hacer su autopsia en casa del alcalde. Un grito penetrante dejó claro que aún estaba vivo. Murió como consecuencia de los cortes de la autopsia.

Para evitar estos casos de muertos vivientes, en 1853, el doctor Mata estableció los signos de muerte. Se fijaron cuatro signos ciertos de muerte:

1. La cesación de los latidos del corazón.

2. La rigidez o tiesura cadavérica.

3. La falta de contracciones musculares bajo el influjo del galvanismo.

4. La putrefacción.

Luego se explican cómo llevar a cabo estas comprobaciones. El galvanismo consistía en unas descargas eléctricas que servían, algunas veces, para hacer reaccionar a los caídos en estados de catalepsia.

Pasé gratas horas de lectura, fascinado con estas historias de personas que regresan de la muerte, cosa que justifica el nombre del libro: Los que vuelven. Dense una vuelta por la Librería Aranfaybo que se sorprenderán con libros como el que reseño.

Rubén Mettini

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