Indianos
Hace mucho tiempo, en un pueblo del norte una chica se colocó en casa de unos señores, que al poco fallecieron. Tobías, el hijo mayor, heredó los bienes.
Sin poder evitar las acometidas del primogénito, Veneranda, la sirvienta, se quedaba embarazada cada año. Cuando llegaba el momento, se traslada a la ciudad para dar a luz y entregar al recién nacido a las monjitas. Así sucedió once veces seguidas, pero al llegar al duodécimo parto, tomó una decisión heroica. Con sus ahorros y el recién nacido en sus brazos subió a un velero que desde Santa Cruz de La Palma partía hacia La Habana.
Al cabo del tiempo, Tobías quiso cambiar de estado y recibir el sacramento del matrimonio. Para ello eligió a María Eugenia Kábana, una joven de las mejores familias con cuyo enlace sus tierras se multiplicarían. El banquete fue de los que hacen época,un convite con arcos triunfales, carne de cochino y papas nuevas, vinos y licores, reparto de grano para la molienda, cuadros plásticos y loas en la plaza. Mas, para su desconsuelo, su esposa nunca pudo darle el heredero que requería, lo que motivó pleitos y disensiones por la herencia.
Muchas décadas después, uno de los nietos de Veneranda viajó a Cuba para conocer a los descendientes que su madre había esparcido en la Perla del Caribe. Allí comprobaron que la sangre es un vínculo tan poderoso que salta por encima del océano, crea un lazo fraternal por encima de las miserias de este mundo.
Luis León Barreto