TE RECOMENDAMOS… Días de paso, de Javier Estévez

Días de paso, de Javier Estévez

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Una reseña de Rubén Mettini

Esta época de encierro me ha llevado a descubrir novelas que ni imaginaba que caerían en mis manos. Javier Estévez, un escritor de Santa María de Guía, colgó en su perfil de Facebook, Días de paso (Círculo Rojo. 2014), una obra que me dio tres noches de hermosa lectura. La degusté con fruición, especialmente porque narra la evolución de una epidemia de fiebre amarilla en Tenerife y Gran Canaria, epidemia que en su aparición y desarrollo se parece enormemente a la pandemia que vivimos en estos días.

Pero vamos a la novela. Se construye con un recurso llamado «narrador editor», el protagonista encuentra unos papeles, un manuscrito, un diario personal, generalmente del pasado y se dedica a editarlo para darlo a conocer. Así el personaje inicial visita una casa de Lucena, nombre primordial de lo que luego fue Santa María de Guía. Se trata de una lujosa casa señorial que quedó con sus muebles y objetos como si se tratara de una escenografía de película que recreara los inicios del siglo XX. Lo que le interesa al visitante es la biblioteca de esa vieja mansión que contiene muchos libros de Filosofía y ensayos de pensadores de Ciencias Sociales de la época. En una caja encuentra un cuadernillo con el título de Días de paso, un diario escrito entre 1811 y 1812, durante la epidemia de fiebre amarilla en las islas. El hombre que hace el hallazgo decide editar el diario, sin citar a su autor. A partir de esta introducción, el lector irá siguiendo los apuntes del dietario, cada entrada encabezada con el día que escribe, un período que se extiende entre el 12 de febrero de 1811 y el 24 de febrero de 1812.

El autor del diario es un botánico de Cádiz que inicia un viaje hacia las Islas Canarias para estudiar los árboles y las plantas de Tenerife. En Santa Cruz ha aparecido una epidemia de fiebre amarilla y los barcos no pueden atracar allí. Desembarca en Laguete y debe quedarse en Lucena. Es acogido en el cuartel de regimiento de milicias. Se hace amigo de Ernesto Martín, administrador y contable del cuartel. Entre ambos se establece una buena amistad. Ernesto es una persona culta, leída que le da gran importancia a la educación de los ciudadanos. Tiene previsto crear una Escuela de capacitación agrícola en Lucena, para que los labradores mejoren sus cultivos y se interesen en cultivar café, tabaco, cacao y nuevos frutales. Hacia el final del viaje, cuando reflexiona sobre lo que ha significado su amistad con Ernesto, lo define con estas expresivas palabras:

«Cuánto he disfrutado con Ernesto. Cuánto he aprendido a su lado. Del escritor y del actor, del hombre culto y del hombre de acción, del hombre sencillo y discreto y del vitalista que tiende a la épica y a la exageración, del irreprimible explorador del alma humana, del celoso amante de las palabras que las posee, las moldea y al mismo tiempo se entrega a ellas, del hombre que ha convertido su vida en un ejercicio de tolerancia y de comprensión, de bondad y de sensatez, cualidades humanas que solo anidan en el corazón de quien conoce y acepta el dolor inherente a todo devenir humano.»

El botánico desea visitar el bosque de Doramas, conocer los árboles y dibujar las hojas, como era habitual en los naturalistas del siglo XVIII y XIX, a fin de crear un archivo de botánica y naturaleza. Juntos viajan a Las Palmas. Se encuentran allí a un arquitecto que les muestra a los dos amigos los planos de la fachada de la Catedral que está aún sin terminar. Ambos hombres están influenciados por las ideas del Iluminismo, donde prima la razón y se reprocha la creencia ciega en la palabra de los sacerdotes y obispos. España está en guerra contra Francia. La invasión francesa no preocupa demasiado en las islas, pero es desde Cádiz como ha llegado la epidemia a Santa Cruz, provocada por el intenso intercambio de mercaderías entre ambas ciudades.

El 2 de junio de 1811 puede navegar hasta Tenerife y fondear en el puerto de La Orotava. Ese mismo día intenta seguir un sendero de ascenso al Teide, aunque las inclemencias del clima, lluvia, niebla y viento, le impiden alcanzar la cima. De todos modos, la observación constante del volcán le maravilla. Hasta aquí, la novela es un diario de viaje: descripción de los trayectos, los espacios visitados, la gente conocida. Poco faltará para que, con la aparición de la fiebre amarilla en Lucena, tome un impulso ficcional y testimonial de gran envergadura.

Cuando vuelven a Gran Canaria, la epidemia de fiebre amarilla se desata en Las Palmas. Se mantienen aislados en Lucena, aunque un joven que viajó a la ciudad lleva la enfermedad y muere. Además, contagia a su abuela que también fallece. La familia queda aislada, en cuarentena. A partir de aquí, la evolución de la epidemia y las medidas de protección, como aislar el pueblo, las desinfecciones, enfermos y muertos, todo posee un enorme parecido con la pandemia que estamos viviendo. Parece increíble que, en una novela publicada en 2014, el autor haya podido describir una epidemia ocurrida a principios del siglo XIX tan similar a la actual.

La prosa de la novela es muy cuidada, con unas preciosas descripciones de las islas, el mar, las montañas, la naturaleza y, también, de las personas que va encontrando el botánico. El autor muestra un gran compromiso con la prosa y, además, incide en el mensaje sobre la educación de los ciudadanos y el cuidado de la naturaleza, mensaje esencial en toda la novela.

Aparece la observación de un cometa que va transitando por el cielo y que el botánico observa cada noche. En un momento, el cometa va alejándose, con la expectativa de que la enfermedad haga lo mismo. Cito un breve fragmento del 3 de diciembre de 1811:

«[…]La noche es fría. En un claro del cielo, avanzada la medianoche, he reconocido al cometa, cada vez más alejado de nosotros, como una esperanza que se desvanece poco a poco, noche a noche, de forma constante e inevitable.»

He pasado horas preciosas con este libro que recomiendo con total convicción. Una obra que, además de todo lo reseñado, tiene fragmentos de bella reflexión sobre la condición humana, como este del día 8 de diciembre de 1811:

«Somos lo que somos siempre a través de las miradas de los demás. Vivimos dentro de ellas. Si mueren aquellos que nos miran, muere algo de nosotros también. La muerte de alguien cercano es la desaparición definitiva de algo que nos hacía únicos, diferentes. Nacemos peculiares y morimos vulgares, porque al final, con la muerte de nuestros allegados, de nuestros amigos, de nuestros padres, incluso de nuestros hijos, va muriendo aquello que nos hacía singular, distintos, únicos.»

 

Rubén Mettini

Un comentario

  1. Estupenda y trabajada reseña, Rubén Mettini. Tuve el placer de leer este libro hace ya unos años y me impactó, sobre todo, por la cercanía de lo que contaba su autor, el guíense Javier Esteve, a quien tengo el placer de conocer en persona. Gracias por traerlo hasta esta página de palabrayverso.com. Abrazos!

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