Juan Francisco Santana – Los larguísimos silencios

Los larguísimos silencios

Le hablé a los larguísimos silencios, los fieles amigos de las innumerables estaciones, la noche en que sentí tus pasos en el suelo que pisara Lewis Carroll, a los que me estaban esperando en los acristalados pasillos en los que los almanaques no tenían calendarios, sólo colgaban de las amarillas paredes las descoloridas imágenes que otrora conversaran con mis pueriles pasos, cuando dejaba muescas en el marco de la habitación que acogía el credo, el que hice mío desde entonces, de tu áurea presencia, la que en el frondoso dragonal jugaba alborozada con Alicia.

Las imágenes compartidas contigo se mantenían allí, a la espera, aunque sólo yo las viera, como si se movieran detrás de las paredes, aunque para mí fueran inmensos ventanales por los que el reflejo de tu ausencia me esperaba para caminar sobre hules blancos y azules, cuando la claridad, como entregada a tu reluciente presencia, paseaba a nuestro lado dando saltitos de alegría. “Es muy agradable adivinar a los demás…” – según escribiera La Rochefoucauld, y yo te adivino junto a mí cada día, cada instante de mi vida, guía de mis pasos y faro que me alumbra cuando, en sueños, decido atravesar, golisneando, andurriales atestados de eternas esperas.

De rojizos clavos ardientes colgaban anhelantes deseos que se quisieron relacionar con los míos, los que sólo con las sombras comparto para no herir sensibilidades que decidieron mirar, en blanco y negro, sólo al incierto futuro, trayendo a mí el nu shu, el secreto compartido, que desde tan cerca no leía desde entonces.

 

Juan Francisco Santana Domínguez

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