Rubén Mettini – Retorno a casa

Retorno a casa

Siempre regreso a mi casa natal. Estuve muchos años viajando y viviendo en numerosos países. Anhelaba este retorno. Veo a mi abuela que prepara la empanada gallega para mí. Se celebra una fiesta. Mis padres y tíos bailan valses y pasodobles. Brindan con copas de sidra. Me siento feliz de haber vuelto.

Sabía que esta era mi Ítaca, que algún día llegaría aquí para quedarme. Me acerco al viejo laurel que veía desde mi habitación, cuando era niño, cuando esperaba que pasaran los Reyes Magos y la sombra del laurel los anunciaba. En el verano, el ciruelo está cargado de frutos que caen en el patio y dejan manchas rojas. Regreso, pero un muro transparente me impide entrar. No puedo comer la empanada, ni beber la sidra, ni bailar un vals, ni siquiera tocar la corteza arrugada del anciano laurel.

El tiempo es tan raro para mí. Como si todos los hechos se entremezclaran, como si los días y los años se superpusieran. Hoy he vuelto y las mujeres se enjuagan los ojos con pañuelos blancos, los vecinos llenan la casa dando el pésame a mis tías, a mi abuela y a mis padres. Repiten frases parecidas. Murió tan joven, 29 años, toda una vida por delante. En el extenso patio hay coronas y el olor dulzón de las flores que llevan horas marchitándose.

Descubro un ataúd. Me pregunto quién habrá muerto. Tal vez algún primo. Quizás la tía Sara que tenía cáncer. Me acerco al cajón. Nadie me ve, nadie me saluda, no consigo dar el pésame. La mortaja blanca me intranquiliza. Me froto los ojos para ver al muerto. Es idéntico a mí. Con un destello de amarga comprensión, entiendo que he llegado tarde a Ítaca. Hace años que estoy muerto. Entiendo ahora el muro que no me dejaba brindar, ni acariciar la corteza del laurel. Tengo una memoria débil. Cada día vuelvo aquí a ver a mi gente, pero sé que nunca más podré participar ni de sus fiestas ni siquiera de su dolor. Soy un extranjero en mi casa natal.

Rubén Mettini

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