El pecado
Su muerte, o más bien su suicidio, sobrevino al borde del atardecer otoñal, levemente nublado y muy frío, de un día de finales de diciembre, el mismo mes en que nació hace más de cuatro décadas; quizá fuese aquello una simple coincidencia. Lo encontramos muerto, y firmemente asediado por la muerte, como si fuese un botín recién conquistado. Eso fue al menos lo que yo creí haber percibido o intuido, o fue quizá la sensación que tuve en aquel instante al verlo tendido, boca arriba, más sereno que de ordinario, con los ojos límpidos, aquella inconfundible mueca de serenidad y sosiego que cubría sutilmente su cara me dio por pensar que él habría logrado quizá reconocerse en la muerte, que la expresión de angustia y hastío que habitualmente se apoderaba de su forma de ser se había disipado por completo sin dejar huella alguna; me percaté, incomprensiblemente aliviado y sin asombro, de que la muerte lo había hecho otro; me lo imaginé resucitado en otro, totalmente distinto de lo que era, de lo que le había tocado ser, desprendido de su pasado y de su memoria junto al olivo, en medio del huerto de una casa de campo, despoblada y rodeada de una extensión de una treintena o cuarentena hectáreas, una propiedad de sus padres situada en un pueblo a cuarenta y cuatro kilómetros de la ciudad; le parecía absurdo hablar de bienes, propiedades y cosas por el estilo; él se contentaba con poco, necesitaba poco para vivir, así que su aversión por lo mundano era muy evidente, hecho que el más nulo y arrogante de sus compañeros de trabajo había calificado de forma de anomalía , “quizá por miopía espiritual», repuso él, hablando, como de costumbre, en voz muy baja, «o por un estado muy avanzado e irremediable de ignorancia e incomprensión , ¿qué tiene de malo si uno vive al día , contentándose con poco o con lo mínimo para vivir? ; siempre he creído que la vida entera es una de las grandes mentiras que nos han sido incomprensiblemente inculcadas, por la simple razón de ser algo tan pasajero, tan ilusorio, tan precario y tan finito en el tiempo y en el espacio, una pasión inútil, un sinfín de falsos pretextos, unos días contados, un mero tránsito, con un principio y un fin muy sabido previamente; un destino común e inevitable para todos los seres y cosas; y me parece insensato entregarse de lleno a ella, reducirla a lo estrictamente mundano ( como se suele reducir a la mujer a un mero cuerpo u objeto erótico, generador de placer; me temo que no sea otra cosa que eso, o como se tiende arbitrariamente a reducir el amor a un simple acto de pornografía , despojándolo de su sublime dimensión humana y espiritual, cumpliendo así con el mandato instintivo de una animalidad disfrazada), apegarse con ímpetu y fervor inmensos a ella , y dejarse arrastrar por su diluvio arrasador. Me infunden piedad los que corren incesantemente tras la vida, jadeando día y noche como perros rabiosos y errantes por calles y horas de la ciudad ; los que se pasan la vida acumulando bienes y propiedades, los que hacen de lo mundano su única preocupación, de la idolatría del dinero y de las cosas su única razón de ser; los que cometen a diario agravios e inmundicias con el fin de saciar su egoísmo y su arrogancia, de acomodarse en el ámbito de la vida mundana y aparentar bienestar y comodidad; porque en esos malditos tiempos nuevos todo gira en torno al parecer y no al ser, hay un vacío tremendo , y una mortífera cultura de la fachada y del esnobismo; los que se empeñan en construir eternidades de precariedad y transitoriedad ; mientras tanto , y a contracorriente, yo no necesito más que un cuadernillo y un bolígrafo para escribir cuando me entran ganas de hacerlo, y una cama para leer y dormir cuando cojo el sueño; yo suelo leer tumbado en la cama , porque para mí nada equivale a esa inigualable sensación de felicidad, a esa felicidad sin límites de estar tirado por horas enteras en la cama con un libro de Proust ( me pone infinita y tremendamente loco, sin saber por qué, pensar que cuando un tal Bryce Echenique era pequeño su madre le leía libros de Marcel Proust ) , de Onetti , de Paz , de Céline , de Goytisolo o de Choukri , y un lápiz en la mano , o estar sentado o de pie en el trastero, escuchando alguna canción vetusta de los años sesenta o setenta del pasado siglo (el siglo de la creación literaria y artística de alta calidad por excelencia) , y contemplando desde la terraza el cielo levemente azul de principios de primavera , las alucinantes montañas cubiertas de nieve y los pájaros volando alegre y libremente; y nunca me quejo ni pido muchas cosas para vivir , ¿ qué podría yo pedir más ? , pues nada; me conformo simplemente con vivir el instante, cada instante, tal como se viene tejiendo o gestando , sin proponerme nada , sin tener el menor interés por la posibilidad de alterar el curso de las cosas , o de pensarlas de forma distinta” , un rinconcillo que le era muy familiar y sabido de memoria desde su infancia , y en donde había vivido los momentos más felices , más auténticos de su vida , porque ‘‘ lo demás – decía él- no era otra cosa que un cúmulo inútil de disparates, de formas de rutina y abdicación, común y frecuentemente concebidas como motivos o modalidades de sentido, bienestar y felicidad, o algo parecido’’. El soñaba con instalarse definitivamente allí en el pueblo, porque después de varios años se dio cuenta por fin de que la vida que le había tocado llevar en la ciudad, no era otra cosa que un tiempo perdido ; tenía la sensación de estar incomprensiblemente sitiado en “ un mundo demasiado limitado , carente de horizontes , y sin posibilidades de trascendencia o de salvación , un territorio podrido y nauseabundo , hecho para la perdición y la metamorfosis , un mundo intensamente cruel y horrible , regido por recetas y convencionalismos que aceleran a diario la agonía y muerte del hombre’’. Anhelaba tanto volver a abrazar la tierra, fundirse en ella, en los paisajes muy vastos y alucinantes que reforzaban en él una inefable y recóndita sensación del infinito, -le hechizaba y desconcertaba intensamente la idea de lo infinito , la percibía como uno de los vestigios emblemáticos de la divinidad-, de la libertad y soledad perfectas, y la seguridad y certeza firmes del reencuentro de la armonía y pureza perdidas . “Nada me impresiona ni me atrae en esos agujeros de la desgracia y de la angustia -se decía-; la ciudad moderna , esa invención tan deshumanizadora , es quizá una de las peores invenciones del hombre , porque empuerca las almas , despoja a uno paulatinamente de su humanidad, lo mutila, lo metamorfosea, lo torna cobarde, envidioso, trepa, tramposo y tremendamente poseído por la idolatría del dinero y de las cosas; y al ingresar en el engranaje de las cosas , uno se va cosificando , se va convirtiendo en otra cosa más , sin sentido ni salida , porque el culto de las cosas no puede dar sentido a la vida, y al fin y al cabo no lleva a ninguna parte , como las calles y avenidas de las grandes ciudades modernas’’.
Su muerte era un suceso horrible e imprevisto tanto para sus parientes como para sus amigos. Él tenía muy pocos, sus dos mejores amigos con quienes tenía una gran y auténtica amistad, una amistad que no pedía nada a cambio, dejaron el país desde hace mucho tiempo, uno se instaló en Francia y el otro en Estados Unidos , y se fueron muchos años antes de que el llamado “ mundo libre y civilizado’’ se obstinase y esmerase en imponer sus excluyentes restricciones y cerrar por completo las puertas del supuesto «paraíso”, confiscando así a las personas el derecho a la libertad y a la vida ,«los criterios de geografía resultan estériles , inservibles y mortíferos ; uno es libre para vivir donde quiera; la tierra, tan vasta, no es de nadie, es de todos, y todos los hombres caben en ella , pues para eso fue creada por Dios’’ decía él y compañeros de trabajo con quienes no tenía casi nada en común , porque sus charlas cotidianas giraban casi siempre en torno a negocios, cuentas bancarias , parcelas , pisos , muebles , marcas de coches , ropa de marca , mujeres y teléfonos móviles, y sitios de lujo más frecuentados en la ciudad; pues aparte de eso no tenían ninguna otra preocupación en la vida – porque nadie podía preverlo , darle alguna explicación convincente o cernir los motivos profundos que en un momento dado le incitaron repentinamente a poner fin a su vida , ‘‘optando por una salida y un destino tan singulares ” , dijo algún pariente suyo. Nadie sabía si su suicidio fue un acto deliberadamente asumido, o fue un acto de rebeldía callada – porque él nunca pudo ocultar su agudo desencanto respecto de cuanto lo rodeaba , pero de modo callado -, que se tornó en autodestrucción, o fue simplemente una especie de predestinación inevitable. ‘‘Yo no hice más que reventar, cosa que los nacidos vienen haciendo desde hace tiempos inmemoriales y seguirán haciendo lo mismo hasta el último día de la vida de la Humanidad’’, se estaría diciendo, tan gozoso, inmediatamente después de su muerte.
Aún recuerdo que siempre le ha traído intensamente la idea de una muerte precoz y solitaria – parecida quizá a la vida solitaria que le había tocado llevar – sin compañía ni espectadores , porque creía que ‘‘es inútil estar o saberse rodeado de gente en el instante de la muerte , es mera cosa de rutina, ya que en última instancia, en cualquier momento uno ha de largarse de ese mundo tal como vino, solo, completamente solo, que la muerte es un hecho inevitable, con o sin compañía ; dicen que la compañía mitiga el dolor de la separación y de la muerte, eso sí, puede ser, aunque no estoy totalmente seguro de ello, pero no puede evitarlas ni aplazarlas, tal como se suele aplazar citas, encuentros y reuniones” . La única certeza que tenemos es la muerte, la única verdad que hay en ese mundo es la muerte; no conozco otra verdad más auténtica que la muerte; el resto resulta imprevisible, impreciso y muy difícil o imposible de cernir, me dijo una tarde en el café Iceberg, mientras comentaba un pasaje de Voyage au bout de la nuit de Céline , varios meses antes de su muerte.
Confieso que por más que me esforzara, nunca lograría encontrar la clave de su tremenda y desmesurada obsesión por la muerte; ‘‘Oye , me dijo aquella tarde , uno no se inventa ni elige nunca sus obsesiones , sus fantasmas y sus debilidades ’’. Tampoco me era posible en aquel momento ni en otro anterior o posterior, prever lo que iba a sucederle a él , a mí o a otra persona cualquiera sobre la tierra. Me infunden piedad los que planean su vida en agendas, anotando planes y proyectos para un tiempo porvenir, cercano o lejano, olvidándose por completo del carácter precario de la existencia y condición humana, y descartando por miopía y arrogancia el poder gigantesco del tiempo y de sus imprevisibles desventuras. Querámoslo o no, no somos más que meros juguetes frágiles en manos del tiempo y sus accidentes. Me dan lástima los que creen predecir con entera certeza el día de mañana, porque un simple accidente cualquiera puede alterar por completo el curso de las cosas y desbaratar sus planes y predicciones.
Es cierto que él y yo tenemos afinidades , sin embargo sería una idiotez pretender conocerlo a fondo o prever sus actos, porque siempre he creído que la imagen que nos hacemos de los demás , por más cercanos que fuesen , no es forzosamente exacta o definitiva , ni corresponde a lo que realmente son ; ni siquiera resulta idónea la impresión que tenemos de nosotros mismos . El era un hombre muy callado, huraño y lacónico; yo diría incluso que tenía una idiosincrasia similar a la de Onetti y los protagonistas de sus novelas, él adoraba mucho a este escritor , tanto por la calidad insuperable de su creación artística, como por su visión del mundo y su peculiar forma de ser ; ‘ yo no conseguiré nunca salir del universo maravilloso de Onetti , un universo en que me hallo atrapado desde hace muchos años ; soy más que devoto , yo diría que Onetti me tiene preso en su fascinante mundo invernal, y fue él quien me contagió el dulce vicio de escribir ; yo no puedo seguir viviendo sin escribir ; escribir me distrae tanto ; para mí el placer de escribir tiene un sabor único e inigualable; me siento yo mismo y más auténtico escribiendo; además yo no conozco nada que me sirva, no veo posibilidades de apasionamiento por otra cosa ; y con frecuencia me cruzo con él en algún sitio y momento inesperados, y tengo que pegarme la mano para que no se ponga a onettizar, o siga onettizando’’ , me dijo una vez en alguno de nuestros encuentros en el café Iceberg.
Era también un hombre cuarentón, tímido y angustiado, siendo la angustia un rasgo de carácter inherente a su forma de ser y quizá fuese algo innato. Odiaba todas las formas de compromiso y obligación; vivía aislado en un mundo cerrado, tenía predilección por la vida nocturna, y en su dormitorio había una biblioteca que recogía un gran número de obras de grandes escritores que consideraba gente suya, ‘ separada por la distancia y la geografía, pero muy cercana en el alma; gente muy preciosa, única e irrepetible que habita en mi mundo y comparte mis obsesiones, mis divagaciones, mis delirios, mis fantasmas, mis angustias, mis temores y mis disparates diurnos y nocturnos’’ , me dijo una vez . El arte de vivir, del vivir auténtico, – pensaba él- consiste en poder inventarse un mundo singular, de acuñación muy personal, una manera de hacer frente al diluvio aniquilador del vacío, de la mediocridad y esterilidad, y del absurdo racionalizado, imperantes en los nuevos tiempos. Leía y releía a sus escritores favoritos con placer y amor intensos. La lectura ha sido siempre una de sus pasiones mayores, y solía decir que las grandes lecciones que había aprendido en su vida, no las había aprendido en los cursos de la Universidad, sino a través de sus vivencias y lecturas; y como lector era muy exigente ‘‘ leer me divierte mucho , es uno de los pocos hábitos que me hacen feliz , más feliz que el hombre que goza o que cree gozar de la compañía de la mujer más hermosa de todas las mujeres del mundo, en el sitio más bonito del mundo pero no todos los que escriben son grandes y auténticos escritores, porque en todas partes los hay que lo hacen sólo con el fin de conseguir la etiqueta o tarjeta de escritores, correr tras las cámaras, la falsa fama, el éxito mediático y un puñado de bienes e intereses; mera trivialidad y pura falsedad; no es fácil que un escritor tenga el coraje de ser auténtico, tampoco les ha sido dado a todas las personas gozar del don sublime de la autenticidad y de la dignidad humanas , y la gente realmente auténtica no abunda porque los valores de uso se van apoderando de las almas, y van cobrando cada vez más terreno, tornándose una razón suprema de ser; veo a diario y en distintas situaciones a gente metamorfosearse y perder su esencia y alma humanas’’.
Abdellatif Jamil, licenciado y doctor en Lengua y Literatura española en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de Rabat. En español ha escrito varios relatos como el Moribundo, Luz, principio de una conquista, Insomnio, El pecado y el relato que presentamos en este Cuaderno, Acta est fabula.
Marrakech, junio 2011
Mi bienvenida y mi felicitación Abdellatif Jamil.
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Muchisimas gracias .
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