Mi inocente niña ya es mujer
Coré de pequeña no disfrutaba de los cumpleaños. Se los pasaba llorando. A lo que más le temía era a la piñata. Imagino que sería por el posterior griterío de los otros niños, normalmente mayores.
Pero con el paso del tiempo los disfrutaba como la que más. No sólo ese día, sino haciendo los preparativos varias semanas antes y pensando los regalos que iba a recibir.
Un año, no recuerdo cual, su madre estaba muy atareada, y yo era el blanco de sus ataques; ahí venía el guineo de Coré, a vueltas con el dichoso cumpleaños. Tan harto me vi, que le solté:
– ¿Sabes? ¡Este es el último cumpleaños que te vamos a celebrar!
Entonces me miró, se le llenaron los ojos de lágrimas, y sollozando me dijo:
– ¿Entonces no voy a crecer más?
A poco estuve de ponerme a llorar con ella. Aparté la mirada y la abracé.
En otra ocasión estábamos viendo el vídeo de nuestra boda; ella estaba atenta a todos los detalles, pero en el momento en que la cámara enfocó a mis suegros y vio que en la celebración estábamos todos, exclamó:
— ¡Y a mí! ¿Con quién me dejaron?
Siempre fue muy inocente, bueno siempre no, una vez que me quedé dormido en el sofá intentó bajarme el pantalón del chándal para averiguar lo que yo tanto escondía; ella estaba acostumbrada a bañarse con la madre, pero a mí nunca me vio desnudo.
A pesar de este episodio, siguió siendo mi inocente niña hasta que con 16 años me contó un chiste subido de tono; les juro que me quede temblando. En ese momento caí en la cuenta, realmente el inocente era yo.
Cuando nació su hermana ella tenía 7 años y fuimos al hospital a ver a la recién nacida.
En esa época, no estaba permitido que niños de tan corta edad pudieran entrar como visitantes. Así que le dije que si quería ver a su hermanita tenía que decir que tenía 12 años. La cosa fue bien en la puerta, pues no le preguntaron la edad; pero cuando subíamos en el ascensor nos cruzamos con una enfermera que le dijo:
– Que niña más guapa, ¿Cuántos años tienes?
Mi hija me miró, miró a la enfermera, suspiró y dijo decididamente:
– Siete años.
Entonces la enfermera sonrió y dijo guiñando un ojo:
– Pues hay niñas de más de 12 años que no son ni la mitad de responsables que tú.
Ese día me dio una lección. A pesar de las ganas que tenía de encontrarse con su madre y conocer a su hermana, lo arriesgó todo e hizo lo que consideró correcto, decir la verdad.
La primera vez que me tocó llevarla a clase de preescolar, no me soltaba de la mano y me llevó por todos los rincones de la clase, del patio, incluso me quiso meter en el baño de las niñas para enseñármelo; realmente se sentía orgullosa de mí. Aquel día me dijo sin palabras que me quería; el tiempo ha pasado y ha ido quemando etapas; he pasado de ser el padre que todo lo puede y sabe, al viejito que está otra vez con sus manías; pero ahora es diferente, ahora soy yo el que está orgulloso de ella.
Facebook: Rito Moreno